Y entonces vino la oscuridad, y el caos … poco a poco se fue adueñando de la vida y de los destinos de todos los habitantes … de sus sueños, de sus inquietudes, de sus futuros … pero aquellos habitantes eran tan aguerridos y tan tenaces que soportaron todo tipo de limitaciones y vejaciones a su libertad. Empezó primero con una extraña enfermedad. Esa enfermedad traía consigo el horror en forma de muerte, pero realmente trajo algo todavía peor, la condena, el aislamiento, la desconfianza, la desesperación, la pobreza, la miseria, la tristeza, la tiranía, …, pero aquellos pequeños y diminutos seres aguantaron estoicamente, y resistieron todo cuanto se les vino encima. Aquel mal no cesaba, y arreciaba continuamente con nuevas formas de contagio, y una inusitada fuerza que despedía maldad y angustia entre las gentes. Tal era su fuerza, que los pequeños habitantes, muy dicharracheros y alegres conversadores y disfrutadores de la vida, tuvieron que replegar sus vidas y enclaustrarse en sus pequeñas mansiones. No salían por miedo a que aquella invisible plaga se hiciera con ellos o con alguno de sus seres queridos, y fue así como iban apagándose, en su tristeza, su aislamiento, su angustia, su miedo. No sabían y no podían luchar contra aquel mal invisible, que por otro lado venía azuzado por esas máquinas expendedoras de información. Estas máquinas no hacían más que asustar a todos, de forma contínua y sin tregua, con informaciones desastrosas de muertes y angustia, algo que a aquellos pequeños seres les afectaba de una forma particularmente intensa. Por una parte, no querían escucharlas, pero por otra, estaban enganchados a esos vomitaderos de miedo, y cada información de una nueva muerte de uno de sus congéneres, les infería tal terror que replegaban sus vidas una y otra vez. Y no sólo replegaban sus vidas, sino que replegaban las de los demás.
Así, aquellos seres fueron haciéndose cada vez más pequeños y más tristes. Desconfiaban los unos de los otros. La vida se hizo particularmente difícil, ya que muchos se acusaban de ser parte del problema, al contribuir en la extensión de aquella plaga, pero la plaga no sabía de nada ni de nadie y hacía su trabajo de forma silenciosa y eficaz, día tras día, semana tras semana. Y pasaron meses, y aquella plaga iba devastando aquel país, aquel diminuto planeta. Y todo se hizo tan difícil, que cada vez quedaban menos, y además no hablaban entre ellos, no querían verse por miedo a contagiarse.
Nadie sabía a ciencia cierta cómo se contagiaba aquel mal pero sabían que uno tras otro iban cayendo como fichas de dominó. Primero comenzaban a sentirse tristes, luego la tristeza les alcanzaba el corazón y más tarde morían de forma irremediable con el corazón ennegrecido y necrosado. Al principio, pensaron que era el aire el que transmitía ese mal, pero muchos decían: “¿pero cómo va a ser por el aire?”. Y en esa forma de pensar, dejaron de hablarse, de besarse, por miedo a que el aire penetrase en sus bocas, y empezaron a volverse solitarios y desconfiados. También pensaron que podría ser todo aquello cuanto tocaban, así que se volvieron tremendamente maniáticos, y todo cuanto se tocaba parecía maldito. Ya no se tocaban entre sí, ya no se acariciaban, ni se abrazaban, ni se besaban, ni se daban la mano, algo que para aquellos diminutos y cariñosos seres era fundamental en sus vidas, porque era todo cuanto les contentaba y les hacía felices. Habían dejado de ser cercanos los unos a los otros, y recelaban continuamente de sus propios compañeros. Y así se fueron encerrando en sus trincheras de cuatro paredes, a veces de ladrillo, y otras, las más, de un material invisible y transparente que les aislaba entre ellos. Sus vidas habían cambiado, y a lo mejor lo habían hecho para siempre si nada ni nadie lo remediaba. El miedo, esa invisible plaga, corrompía todos los corazones sin piedad y sin cuartel, y amenazaba con exterminarlos.
Algunos de aquellos seres se resistían a aquella enfermedad, comportándose de forma alegre y divertida, pero los demás no soportaban verles felices mientras ellos sentían aquel pavor que les atemorizaba, así que les reprendían y aislaban, cuando no condenaban y castigaban. Y así todos aquellos pequeños reductos de felices fueron desapareciendo y haciéndose cada vez más pequeños y diminutos de lo que eran. Casi ya ni existían, sino fuera porque se oían sus pequeñas voces de lamento.
La plaga se extendió y se extendió, porque no conocía de fronteras, de horarios, y porque el miedo era tremendamente contagioso. Nunca habían conocido un miedo tan pavoroso, que atacara tan ferozmente sus corazones, pero sólo la posibilidad de enfrentarse a él ya les infundía un verdadero terror.
Y pasaron los días, los meses y los años, entre acusaciones y privaciones de libertad, sólo porque el alcalde y jefe supremo de aquellos dominaba con mano de hierro y a su antojo aquel miedo, y sabía que aquellos seres estaban vencidos de antemano. Pero en realidad, su propio miedo les había vencido. No había sido ni un gran ejército invasor, ni sus aguerridos sempiternos enemigos que acechaban siempre, había sido aquel mal invisible de terror que los envolvía y maniataba hasta inmovilizarles y replegarles en sus pequeñas vidas.
Un día, nació una niña, una niña distinta, diferente a las demás, que desprendía luz de su cuerpo, de su mirada, de su mente. Ese día todos recordarán que el arco iris salió a celebrarlo, cuando muchos ya casi ni recordaban como era el arco iris, en parte porque éste había decidido no volver a semejante país de tristeza, y en parte porque cómo no salían, no podían ver nada más que aquello que les rodeaba, en un mundo triste, oscuro y sin futuro. Pero aquel día fue distinto, muy distinto.
Y aquella niña creció y creció. Era tan alegre, que los demás se acercaban a ella para abrazar esa luz y esa esperanza. El miedo se hacía a un lado cuando ella aparecía, y desafiaba sin importarle nada todo cuanto le contaban sobre aquella horrible y tenebrosa maldad que les azotaba. Y fue enseñando a los demás a confiar. Iba a visitar a todos aquellos seres que estaban en muy grave estado de infelicidad y tristeza, y les curaba, les daba esperanza y alejaba aquel terror de sus vidas. La llamaron la “niña arco iris,”.
Y esa niña fue enseñando a los demás a confiar de nuevo, y a salir de sus escondites. Y tímidamente muchos, alentados por tal esperanza, comenzaron a enfrentarse a aquel mal. El miedo era invisible pero verdaderamente un enemigo muy poderoso y contagioso. Aunque solo se necesitaba valor y esperanza para combatir a aquel mal.
Pasó un tiempo y aquella extraña enfermedad fue remitiendo ante la luz que emanaba de aquel espíritu joven y carente de maldad y miedo. Todos sentían una especial devoción por aquella niña, porque les había salvado de la tristeza y la miseria, y les había devuelto la vida. El miedo de hecho retrocedía de forma casi visible ante su poder. Era tal su vitalidad y ganas de vivir, que nada podía parar su esplendor.
Y fue así como aquel diminuto país en aquel diminuto planeta aprendió a no tener miedo nunca más, pasase lo que pasase, porque el miedo es el mayor y peor enemigo de todos cuantos se conocen. El miedo es el amigo íntimo del terror, de la maldad, de la inquina, y tan poderoso como mil ejércitos a tus puertas. Si tienes miedo, cualquier batalla estará perdida por muy superior que creas que eres. Y aunque no es fácil no sucumbir ante el miedo, el valor es lo que hará ser libre y fuerte ante cualquier cosa.
Moralejas y reflexiones:
“El miedo es el enemigo más poderoso de cuantos conocemos, y si lo desconoces o no lo respetas, quizás seas el ser más afortunado de los que pisan la tierra.”
“El miedo es el enemigo más poderoso de cuantos conocemos. Paraliza, atenaza, debilita y hace más pequeño al más grande espíritu hasta hacerlo desaparecer.”
“El miedo es el hermano de sangre del terror, primo hermano de la angustia y padre de la maldad. Caer en él es caer es la más profunda oscuridad de la vida.”