Desde hace tiempo tengo una extraña afición que sólo ejercito cuando estoy en algún sitio suficientemente oscuro, tranquilo y donde se puede ver el firmamento con claridad y nitidez. Diría que es algo mágico, algo místico, algo transcendental, pero el quedarse mirando al infinito y ver cómo se mueven las estrellas es algo que tiene algo emocionante y sobrenatural.
La primera vez que tuve conciencia de las estrellas y de que tenían nombre las constelaciones fue cuando mi padre me enseñó cual era la Osa Mayor. Por entonces, nosotros teníamos un chalet en la provincia de Ávila, donde el cielo cuando la noche era despejada era algo espectacular y de otro mundo. Y recuerdo cómo se me enseñó que la constelación de la Osa Mayor eran esas 7 estrellas vistas al ojo vivo que tenían la forma de un carro. En latín Ursus Maior, en inglés the Big Dipper, y desde siempre una de las constelaciones circunpolares más evidentes en nuestra latitud.
Pero, ¿cómo y por qué empecé a apreciar algo que hasta ahora no me había dado cuenta de su majestuosidad? Pues fué una historia rara, pero que me llevó a ver lo importante que resultaba el cosmos y las estrellas en las diferentes culturas que nos habían precedido. Realmente, ahí empecé a ser consciente de lo verdaderamente importante que eran y habían sido las estrellas y los astros en general y su movimiento. Nadie apenas se da cuenta de que el movimiento de las estrellas determina el tiempo y que tenemos un reloj encima de nuestras cabezas que funciona y ha funcionado de forma ininterrumpida desde el principio de los tiempos. De hecho, si uno hace una foto en la oscuridad con una exposición de 20 minutos hacia la estrella Polar (Polaris, en la constelación de la Osa Menor), se dará cuenta que cuando vea su foto, el rastro dejado por las estrellas en su aparente movimiento genera un arco de circunferencia, que si lo mides, se corresponde con 5 grados de una circunferencia. Y, ¿eso qué quiere decir? Pues sencillamente, que en un día entero ese arco serían 360 grados (20 min = 5 grados, 60 min = 15 grados y 24h = 360 grados). ¿No es magnífico? ¿No es increíblemente maravilloso? A mi sí me lo parece. Eso significa que la Tierra gira en un día, que no las estrellas, como si lo hiciera en un péndulo que colgara de la estrella Polar.
Pero dejemos esos tecnicismos, y vayamos a algo más poético y legendario. Hace años tomé la determinación de aprenderme las constelaciones, al menos del hemisferio norte. Y la verdad, es uno de los aprendizajes más bonitos que he hecho en mi vida. Requirió tiempo, requirió esfuerzo, y muchas salidas nocturnas a la terraza, sobre todo en Salamanca, donde podía observar un cielo con poca contaminación lumínica. Por cierto, el mejor sitio en el que he estado nunca para ver las estrellas es Navasfrías, en Salamanca. Y me estudiaba las estrellas, las constelaciones, y salía afuera y las observaba una y otra vez fijándome como se situaban las unas al lado de las otras. Y me aprendí reglas para llegar a ellas. Como por ejemplo el caso de la estrella Polar, que se sitúa a 5 longitudes del último tramo de la Osa Mayor prolongados a partir de ese mismo tramo. Se llega a una estrella no muy luminosa, pero que está casi sola, y ya sabes entonces que si miras allí, ese es el norte, pero el norte astronómico, que no el norte geográfico, ya que tienen una diferencia de 23,5º.
Las estrellas tienen algo enormemente poético, y además cualquiera podría escoger una y darle nombre sin que se acabaran estrellas para el resto de seres humanos de nuestra generación y de generaciones infinitas. Hay tantas estrellas que no hay números suficientemente grandes para contarlas. Y sus nombres son todavía mejores, porque desde muy antiguo muchas generaciones y antiguas culturas se preocuparon por darles nombre y una historia. Y de ahí viene la gran poesía del cielo. Empezando por el gran gigante Orión y su espada, con el cinto de la espada donde está la maravillosa nebulosa de Orión, y que se ve siempre muy bien en invierno. Dicen que Orión era el gran dios Osiris, y su esposa Isis es la estrella más brillante de nuestro firmamento del norte, se trata de Sirio, en la constelación de los perros (Canis Majoris). O también el gran héroe Hércules, que sobrevuela nuestro cielo circumpolar, protagonista de grandes gestas griegas y encumbrado en la antigüedad como el gran héroe que finalmente ascendió a los cielos. Y qué decir de Perseo, ese otro gran héroe mítico que mató a la Medusa, esa que cuando te miraba te convertía en piedra. Y si miras donde tiene su mano sosteniendo a la medusa a punto de cortarle la cabeza con la espada, te darás cuenta de que está la estrella Algol, que en árabe significa el diablo.
Pero sigamos con nuestro recorrido. Me gusta mucho, quizá porque soy escorpio, aunque de eso también habría que hablar, mi gran constelación, con su preciosa Antares, la estrella alfa de Escorpio, en la cabeza, y su estrella Shaula en el aguijón del escorpión. O sus tenazas, con Acrab como una de las estrellas (curiosa la similitud entre ese nombre y el de un cangrejo en inglés crab, que también tiene tenazas). Y el gran y misterioso Ofiuco, que no es más que el Hermes de la antigüedad, el portador del saber y de la medicina, y que tiene uno de los vacíos de estrellas más inquietantes, y dos constelaciones que le atraviesan, Serpens Caput y Serpens Cauda (cabeza y cola respectivamente), formando uno de los complejos de constelaciones más inquietantes y raros.
Y no me puedo dejar a Casiopea, esa esposa de Cefeo (constelación que está a su lado), rey de Etiopía. Siempre se ve como una w en el cielo, o una teta dicen algunos, con Caph y Shedir entre sus estrellas principales. O ese gran Pegaso, que galopa por los cielos con sus alas, montura del gran dios Zeus, y que nació de la sangre derramada de Medusa cuando Perseo le cortó la cabeza, y que forma un enorme cuadrado de una negrura inmensa en su interior. Y la bella Andrómeda, que era hija de Cefeo, de la que se enamoró Perseo y terminó pidiéndole la mano a Cefeo y Casiopea. Todos están juntos en el cielo, contándonos una historia que ha perdurado durante varios milenios, no sabemos cuantos, y que nos dicen cuan importante puede ser dar nombre a una estrella para perdurar en la eternidad. Los faraones del antiguo Egipto creían que en su muerte después de pasar el juicio se reencarnarían en estrellas, y disponían todo cuanto necesitaran para su vida futura además de numerosas instrucciones en escritura jeroglífica, la lengua sagrada egipcia. Momificaban sus cuerpos para conservarlos a la perfección y extraían sus órganos que eran depositados en los vasos canopos, que necesitarían en su vida futura. La vida en el antiguo Egipto estaba muy ligada a la astronomía y a las estrellas, y por ello eran grandísimos astrónomos, al igual que los mayas, y veneraban al Sol como el gran dios de nuestro mundo.
Sigamos una vez más. No me puedo dejar a las maravillosas constelaciones zodiacales (el zodíaco en griego significaba rueda de animales). Y aquí tenemos a las grandes cuatro estrellas regias de la antigüedad, esas que forman una gran cruz en la rueda del zodiaco, cruz que simboliza tanto en las culturas. Esas estrellas son: Regulus en la gran constelación de Leo, el león en el cielo, Antares en la constelación del escorpión o el águila antiguamente, Fomalhaut en Piscis Austrinus (debajo de Acuario), antiguamente considerada como parte de Acuario y que simboliza al hombre (el aguador), y finalmente Aldebarán en Tauro, el magnífico toro guardián de los cielos. Así que, entre las cuatro tenemos al león, al águila, al hombre y al toro. ¿Los reconocéis? Sí, efectivamente, son los símbolos de los cuatro evangelistas de la religión cristiana: Mateo, el hombre; Marcos, el león; Lucas, el toro; Juan, el águila. Así que la misma iglesia cristiana tiene símbolos enraizados en la astronomía, las estrellas y los cielos.
El zodíaco tiene algunas maravillas insertadas en la concepción del tiempo y la medición del mismo. Los egipcios medían perfectamente el tiempo que duraba un día, y también el de un año, ya que sabían que duraba 365 días y un cuarto, y tenían cinco días llamados epagómenos, que eran los 5 días que le sobraban a los 360 días en que se dividía el año en 12 partes o meses. No hay más que leer a Heródoto, el padre de la historia, que así atestigua como los egipcios fueron los primeros en medir el año. Pero es que además sabían que había otro ciclo mayor insertado en la maravilla de los cielos, y es que sabían que la estrella Sirio, y todavía no sé por qué en particular Sirio, se movía de un punto fijo exactamente un grado de una circunferencia cada 71-72 años. Y si hacemos una sencilla multiplicación llegaremos a la conclusión de que ese movimiento en una circunferencia completa forma la friolera de 25560-25920 años, es decir, que existía un movimiento mayor de las estrellas y del cielo que tardaba casi 26000 años en producirse. Y cuál sería ese sino el gran ciclo de la precesión de los equinoccios. ¡Diossss!! ¡Qué maravilla de los dioses! O sea, ¡que aquellos señores de la antigüedad conocían eso! ¡no me lo creo! I can’t believe it! Pero, dejemos la teatralidad de lado, ¿no es auténticamente asombroso?, y sobre todo, no podemos despreciar a aquellos hombres, que con aquellos medios y con gran observación y dedicación llegaron a aquella conclusión. Pero si volvemos a las constelaciones y al gran zodíaco, resulta que existía una forma muy antigua de medir el paso del tiempo en grandes porciones del mismo, y eran las eras. Que ¿qué eran las eras? Pues bien, es algo no muy preciso, o al menos desde nuestra perspectiva, y siempre hay que pensar que muchas cosas dependen de la perspectiva y del filtro con el que se miran. Las eras eran pues la era de Tauro, la era de Aries, la era de Piscis, y nuestra actual era de Acuario en la que creo que acabamos de entrar. ¿Y eso cómo se mide? Pues bien, una era comienza cuando situado en un día del equinoccio de primavera (21 de marzo), miramos hacia el oeste y justo antes de la salida del sol establecemos que la constelación zodiacal marca nuestra era. Y resulta que cada era va pasando cada 2000 años aproximadamente de media ya que son 12 constelaciones zodiacales y 26000 años de ciclo de precesión de los equinoccios. Eso se puede hacer con un programa de astronomía, por ejemplo el Stellarium. Es muy curioso, pero es también increíble pensar que esa gente de hace 2000, 3000, 4000 años pensaba y hacía las cosas en función de todo esto. Y ¿por qué?, pensareis, pues muy sencillo, porque los faraones establecían su iconografía faraónica y su nomenclatura en función de la era en la que estaban, y por ello el carnero, símbolo de Aries, era el símbolo faraónico en los templos, o sus nombres eran Amenhofis, Tutankhamon, etc. Y sin ir más lejos, los primeros cristianos, cuyos más antiguos representantes están entre los cristianos coptos egipcios, utilizaban los peces como símbolo del cristianismo que había empezado con el nacimiento de Jesucristo.
Interesante, muy interesante la historia y la astronomía, y su relación de parentesco a lo largo de los siglos y milenios. Por cierto, si miráis los nombres de los satélites, las lunas, los lugares en la Luna, están plagados de referencias históricas a esos personajes y lugares míticos de la historia: planeta Saturno, planeta Júpiter, planeta Marte, planeta Venus, Apophis, nave Apollo, satélite Apophis, diosa Némesis, Osiris, Isis, Atlantis, …
Llegados a este punto, recomiendo a cualquiera que lea esto que no deje de ver la saga de astronomía del gran Carl Sagan. Creo que si yo hubiese visto esa serie de joven con la perspectiva, madurez intelectual y entusiasmo con el que la vi ya más mayor, cuarenta y tantos, creo que me hubiese dedicado a la astrofísica, o quiero pensar eso. En cualquier caso, Carl Sagan cuenta todo con un entusiasmo y una apertura de mente que me resultó fascinante, hilando técnica y astrofísica con historia y mitología. Es como si me hubiese unido mentalmente a su forma de ver ese gran todo. ¡Qué increíble y apasionante debe ser poder hablar y charlar de algo así con alguien que sepa de ello!
¡Ah!! Y por supuesto, no me puedo olvidar de mis queridas Pléyades, o Subaru en japonés, o los siete cabritillos, o las Hespérides o las siete hijas de Atlas (o el Atlante o Atlantis), el titán al que Zeus condenó a sostener el cielo, y cuyas mujer e hijas podemos observar en el cielo siempre que miremos hacia las Pléyades. Sí, ese cúmulo de estrellas (un hervidero de estrellas nacientes) que están en la constelación de Tauro, justo en la línea de prolongación desde la estrella Bellatrix (en Orión) pasando por Aldebarán (en Tauro). Y claro, tengo que decir los nombres de su mujer e hijas ¿no? Pues bien, su mujer se llamaba Pleione (siempre a su lado en el cielo), y sus hijas son Alcyone, Estérope, Taygeta, Maia, Caleano, Electra, Mérope, un poco más allá, a la derecha todas agrupadas. ¿Os suenan algunas? Supongo que sí, al menos Maia y Electra (con su complejo).
¡Vaya!, me olvidé hablar del triángulo de verano, ese que forman las estrellas Vega, en la constelación de Lira, Deneb, en la constelación del cisne o Cignus, y Altair, en la constelación del águila o Aquila, el águila de las legiones romanas. E incluso me olvidé de Arcturus, ese rey Arturo que vuela por los cielos.
Pues bien, este paseo por los cielos y las estrellas no sé si os habrá gustado, pero yo lo he disfrutado, como cuando lo imagino en mi cabeza y quiero saber más de muchas cosas de esas, porque ese todo cobra sentido cuando lo entiendes con otro punto de vista, no el nuestra de nuestra sociedad y concepción del mundo actual.
Como colofón, os voy a dar una especie de guía para que podáis seguir vosotros mismos una identificación de las estrellas y constelaciones siguiendo un orden:
- Constelación de la Osa Mayor. Son siete estrellas. Brillan bastante en el cielo y forman un carro bastante fácil de distinguir, ya que se ve durante todo el año a cualquier hora de la noche (por eso es circumpolar).
- La estrella Polar. Si ya habéis situado la constelación de la Osa Mayor, sólo tenéis que prolongar el último tramo del su dibujo en el cielo, y a partir de la estrella Dubhe, que es la última del enorme cazo celestial, se llega en 5 tramos como el que hay entre Dubhe y Merak. Eso se puede hacer fácilmente con los dedos, apuntando donde digo en el cielo y midiendo y prolongando tantas veces esa medición con nuestros dedos. Llegareis a una estrella que no brilla demasiado pero que no tiene muchas a su alrededor, al menos que brillen y se vea, que es la estrella Polar. Si lo habéis conseguido, habréis situado a la estrella del Norte, y siempre sabréis guiaros en la oscuridad con los puntos cardinales, porque una vez sabido el Norte, el resto (Sur, Oeste y Este) se sacan por deducción.
- Constelación de Casiopea. Si prolongamos la distancia entre la última estrella de “El cazo” (Osa Mayor), Dubhe, y la estrella polar, en la misma distancia entre ellas, llegamos a la constelación de Casiopea, con sus dos estrellas Caph y Shedir. ¿Veis la w en el cielo? ¿A que sí?
- Y si vamos en la dirección desde la estrella Polar pasando por Casiopea, llegaremos a la constelación de Perseo, con Mirphak y Algol como sus dos estrellas más brillantes.
- A su derecha está, siguiendo desde Mirphak hacia Algol, la constelación de Andrómeda con su estrella Mirach como máximo exponente, y más allá la constelación de Pegaso, que se distingue por su gran cuadrado, con estrellas como Alpheratz, Markab y Algenib en los vértices del cuadrado.
- Si por el contrario, nos vamos en dirección opuesta a la estrella polar desde la constelación de la Osa Mayor, llegamos a una de las estrellas más brillantes de nuestro cielo, que es Arcturus o Arturo, en la constelación del Boyero, el conductor de bueyes.
- Al lado del boyero, nos encontramos con la constelación de la corona boreal o Corona Borealis, con la estrella Alphecca o Gema, por el brillo de la joya de la corona.
- Y pegado a la corona boreal está la constelación de Hércules, que se distingue por verse un pequeño trapecio irregular en el cielo.
- Si queremos ver la línea de la eclíptica o línea imaginaria (más bien plano imaginario) en el que todos los planetas de nuestro sistema solar orbitan de forma coplanaria (compartiendo en mismo plano de rotación), sólo tenemos que identificar a cualquier planeta o satélite, léase la Luna, que nos ayudará a imaginar esa línea en el cielo. La luna es fácil porque cuando está y se ve, es bien aparente, pero los planetas ya es otro cantar. Venus podemos verlo al anochecer o al amanecer, ya que al orbitar muy cerca del Sol, en cuanto este desaparece, Venus también no tarda en irse a dormir. Pero cuando está en el cielo se puede decir que es casi inconfundible porque luce como el que más, y por eso es conocido como el lucero de la mañana o también Lucifer. Sí, es curiosa su extraña alineación con cosas malignas (venéreo, lucifer, …), ¿será que tuvo un pasado terrible? Bueno, siempre se habla del nacimiento de Venus. Júpiter (el gran Zeus), es también bastante visible, pero a diferencia de Venus, lo podemos ver a cualquier hora de la noche ya que orbita a gran distancia del Sol y por tanto no lo acompaña en su sueño nocturno. Si observas Júpiter con unos prismáticos puedes llegar a ver sus satélites galileanos: Io, Calixto, Europa y Ganímedes. Y ¿cómo distinguir un planeta de una estrella, ya que los dos brillan? Pues bien, las estrellas brillan de forma parpadeante, debido a la distancia y la oscilación de la luz debida a interferencias, mientras que los planetas no parpadean. Y aun así no es fácil, pero cuando se tiene práctica, se sabe dónde buscar, ya que se encuentran cerca de las constelaciones zodiacales. Y finalmente, Marte, ese gran dios de la guerra, se ve rojizo, al igual que algunas estrellas como Antares y Betelgueuse, aunque más tenue en brillo que Venus y Júpiter. Y el resto, Saturno, Neptuno, Urano apenas se pueden distinguir.
- En la eclíptica, podemos distinguir las cuatro estrellas regias, que nos llevarán a sus respectivas constelaciones. Si distinguís una estrella brillante bajando desde la constelación de la Osa Mayor hacia la línea del horizonte, posiblemente esa sea Regulus, que es la estrella que está a los pies del león. También tenemos Denébola, en la cola del león. Hay que decir que no siempre que se ven las constelaciones del zodíaco, que a diferencia de las constelaciones circumpolares, que siempre se ven, aparecen y desparecen en el cielo dependiendo del lugar donde estás y la hora y época del año.
- Otra de las estrellas regias y fácil de distinguir es Antares, que tiene un color rojizo (Anti Ares, similar a Marte, también rojizo). Si la llegas a distinguir, es fácil situar la constelación de Escorpio por sus estrellas que se conforman en forma de gancho (el aguijón del escorpión). Y a partir de Escorpio, la constelación de Sagitario o la tetera, se encuentra al lado, con su centauro lanzando la flecha hacia el centro de nuestra galaxia, cerca de la estrella A*. La punta de la ságita se situa en la estrella Alnasl. Como estrellas importantes de Sagitario tenemos a Kaus Borealis, Kaus Australis y Nunki.
- Y otra de las estrellas regias fáciles de ver es Aldebarán, la estrella alfa de Tauro. Si situas Aldebarán, que está debajo de Perseo, a partir de ahí llegas fácilmente a las Pléyades (ya dije antes cómo). Otra estrella de Tauro está en las puntas de sus cuernos, y es Adhara. Y debajo de Tauro está el gigante Orión, quizá mi preferido, con todas sus estrellas Betelgueuse, Bellatrix, Rigel y Saiph rodeando a las tres marías: Alnilam, Alnitak y Mintaka. La constelación siguiente en el zodíaco a Tauro es Géminis, y sus estrellas, Castor y Pollux, son muy fáciles de distinguir por su brillo y sabiendo que se encuentran en la línea imaginaria de la eclíptica. De ahí a la constelación de Auriga es sólo un paso, dónde se puede distinguir bien a Capella, su estrella alfa.
- Y finalmente, quizá la estrella más importante del cielo o quizá la más brillante, Sirio, esa que los egipcios consideraban tan importante y que asociaban como a la gran diosa Isis. Para verla, no hay más que identificar a Orión en el cielo, y saber que Sirio se encuentra a su izquierda en el hemisferio norte. Pertenece a la constelación de los perros mayores o Canis Majoris, y por ello se la denomina la estrella perro.
Os dejo unos cuantos nombres de constelaciones o asterismos:
También de estrellas:
Pues como podéis ver, al final darse una vuelta por las estrellas, aunque sea pisando el suelo, resulta muy interesante y excitante. Tan solo se trata de ver las cosas con la perspectiva adecuada, y entonces es cuando las cosas brillan de verdad.
Si os ha gustado, espero que os inspire a daros un paseo por las estrellas ahí fuera a la luz de la Luna, y si me invitáis, mejor que mejor, porque resulta algo de lo más místico y emocionante que se puede hacer. Algo para recordar y para contar.