Creo que esta es una de las preguntas más importantes que uno debe resolver en la vida, sobre todo en edad adulta. Es quizás el culmen de la autoconciencia de uno mismo, de lo que quiere, de lo que desea proyectar hacia fuera y de lo que persigue para autorealizarse. ¿Quien eres? ¿Quien soy? ¿Quien quiero ser? ¿Cómo me ven los demás? Se trata de un auténtico laberinto de percepciones personales sobre lo que creemos ser, deseamos ser y creemos que los demás piensan que somos. Ahora, ¿es algo estático? ¿somos algo tan etiquetable y calificable, sin posibilidad de cambio? Evidentemente no. La respuesta es que somos movimiento, cinética, objetos cambiantes en el espacio y el tiempo, maleables y moldeables, aunque con algunos matices de cierta categorización emocional y conductual, pero con posibilidad de moldeado y torneado en el tiempo, e incluso distintos ante diferentes estímulos y personas. Es por eso que modelizar a alguien es someterle a un patrón fijo de comportamiento, que es muy dependiente de quien lo declara, y que al final es quien lo observa y cataloga, pero siempre con el sesgo observacional de quien lo define, y por tanto muy discutible. Sin embargo, vivimos en sociedades y grupos sociales que gustan de las catalogaciones y categorizaciones, de forma que podamos tener embotellados en etiquetas a cualquiera que nos pongan delante. Esto además genera otra perspectiva muy interesante, y es, el hecho de que ante una etiqueta de comportamiento, eso nos condicionará nuestra conducta hacia ese individuo catalogado, lo cual hace tremendamente peligroso y tendencioso hacer catalogaciones y categorizaciones de las personas de forma gratuita y tajante, y además hacerlas públicas.
Autoconciencia, autoconocimiento, son palabras que parecen sacadas de un manual de autoayuda psicológica, pero si ahondas en su contenido, son grandilocuentes términos que hablan de nosotros mismos y de quienes somos y como nos percibimos. Es una tarea realmente compleja, que lleva muchos años de introspección, y que posiblemente nunca nadie llega a concluir. Es un tremendo desafío personal que consiste en tomar control de uno mismo y autosometerse al autoanálisis, algo que es mucho más que retador. A veces tiendo a pensar que me dan miedo y alergia todas esas personas que aparentan tener una enorme seguridad de lo que son, y que muchas veces adivino que quizá son personas sumamente deshonestas y que aparentan dar una información de sí mismos como personas seguras, pero algo me dice que debajo de esa capa de fortaleza hay un mundo de inseguridad y de falsa seguridad, o puede que manifiesten una enorme seguridad como arma de defensa ante este mundo a veces tan agresivo en las relaciones humanas, donde la falta de seguridad es un blanco perfecto para los lobos sedientos de víctimas inseguras. Otras veces me dan miedo aquellos que tienen una seguridad aplastante y sin fisuras, porque veo en ellos la locura del pensamiento rígido e inflexible, carente de diálogo y respuestas adicionales ante las más obvias cuestiones vitales.
Si tuviéramos que definirnos a nosotros mismos, y luego sometiéramos a cualquier otro a la definición de nuestra persona, muy probablemente encontraríamos enormes diferencias entre lo que los demás perciben de nosotros y lo que nosotros pensamos que proyectamos hacia fuera. Y esto es debido a que nuestra mente posee una enorme y enriquecida visión de nosotros mismos, muchas veces disonante de aquello que practicamos y hacemos en el día a día. Y es que el mundo de nuestra imaginación y pensamiento dista mucho del mundo real, en el que gran parte de lo que imaginamos y pensamos que podría ser, nunca lo será. Y esa diferencia entre nuestra realidad interior y realidad exterior marca totalmente el distanciamiento entre lo que nosotros pensamos que somos y lo que los demás observan de nuestra persona e imagen. Incluso, cuando internamente dejamos de mostrar partes de nosotros mismos que no queremos mostrar, por vergüenza, por timidez, por miedo al fracaso, por miedo a otras cosas, … , en ese momento estamos abriendo una enorme brecha entre quienes realmente somos y lo que proyectamos públicamente.
Ser o no ser, esa es la cuestión … «to be or not to be, that is the question», que hubiera dicho el mismísimo Shakespeare en su obra Hamlet ante esa calavera a la que se enfrenta en su dilema existencial. Y es que el ser y el estar no son lo mismo, aunque el verbo to be se empeñe en ello. Hay enormes diferencias entre ser y estar. El ser tiene más que ver con una idea autoconsciente de lo que se manifiesta de uno mismo, mientras el estar está conectado con esa idea de manifestarnos de forma inconsciente sin autoconciencia de lo que somos y hacemos, tan sólo representar nuestro papel sin un control de lo que hacemos. Hay personas que son más de ser y otras que son más de estar, como si su existencia fuera una representación de algo que no piensan conscientemente, tan sólo se limitan a actuar, a estar. Pero ser parece una dimensión más elevada de la persona, una dimensión que te lleva a un estar más consciente y atento a lo que uno representa en este escenario de la vida.
En esta vida hay quien parece estar muy preocupado por representar un papel que dista mucho de lo que uno es, y más bien parece que ansían mostrar una cara más cercana a lo que los demás esperan, en contraposición a lo que esa persona siente. Esa terrible disonancia entre lo que aparentamos ser y lo que mostramos que somos. Ese personaje que nos creamos en los diferentes escenarios de la vida para aparecer ante los demás de una forma calculada y actuada, como ese gran actor que hace el gran papel de su vida. Si pensáramos en alguien en concreto y recogiéramos información de esa persona en los diferentes ambientes que frecuenta: el trabajo, un grupo de amigos, otro grupo de amigos, su mejor amigo, la familia, su pareja, sus hijos, …, seguro que descubriríamos que ante los diferentes grupos esa persona aparece descrita de forma distinta en sus estímulos, en su forma de pensar, y aunque cierto núcleo se mantenga, hay en muchas ocasiones una gran diferencia y una muy distinta proyección de nosotros mismos ante los diferentes escenarios en los que nos mostramos. ¿Eso significa que tenemos tantos yos entonces? No diría eso, pero sí diría que somos más poliédricos, y tenemos muchas formas de proyectar nuestra personalidad, que no siempre depende de nosotros mismos, sino de los estímulos que recibimos de los demás y como estos moldean nuestra respuesta. Así, tenemos a personas que en nuestra vida nos sacan distintas habilidades que poseemos, pero no todos pueden sacar todas las habilidades que poseemos, y hay quien consigue arrancarnos virtudes y valores internos escondidos, y quien no puede hacerlo o quien saca otras distintas aptitudes, ya que tienen esa llave emocional que permite acceder a compartimentos ocultos, que nosotros mismos desconocemos. Autoconocerse es una tarea personal grandiosa y eterna, que nos lleva por la senda de la autopercepción, la autocrítica, y la inconmensurable y bella incertidumbre del ser humano, en todas sus veredas y vericuetos angostos y profundos que nos conectan con nuestra alma. Seguir esos caminos y recorrerlos todos, es recorrer la eterna profundidad de nuestro espacio interno, y de encontrar el verdadero santo grial de nuestro espíritu y su grandeza. Autoconocerse es quizá la tarea más importante, personal y gratificante que puede experimentar un ser humano. Es el viaje más auténtico y poderoso de la conciencia humana, el sumum de nuestra existencia, y el trabajo personal más duro y complejo que existe, pero cuyo premio es la comprensión total de nuestro papel en la vida y en el universo, el entendimiento de las relaciones humanas, y su alcance profundo, y una auténtica condescendencia y empatía ante la fragilidad, belleza y motivaciones de los seres humanos en sus a veces torpes relaciones. La autocomprensión, la autoconciencia nos lleva al ser, al «to be» del ser y no del estar, al altar y a la cúspide de la cima de la conciencia.