Pasear es posiblemente una de las actividades más reconfortantes que tiene el ser humano en su día a día. En realidad, no es más que caminar, pero sin embargo tiene una connotación distinta, asociada al placer por caminar, pensar y observar. Creo que en realidad es eso, tan sólo caminar, pensar y observar, e incluso charlar, si es que contamos con compañía, que suele ser lo más habitual. Sin duda, tiene un componente reconfortante y reconstituyente de nuestra psicología, ya que nos ayuda a reordenar pensamientos, a la vez que observamos los movimientos e idas y venidas de múltiples individuos y situaciones, que nos invitan a imaginar qué es lo que sucede a nuestro alrededor y en cada persona que nos cruzamos. Nuestros pensamientos se detienen en la observación, en la imaginación, en el deleite por ver como los demás abordan su día a día, y se relajan de ese trabajo intenso que nos envuelve a todos en nuestros quehaceres. Así que, pasear es sinónimo de relajación, aunque se trate de andar, y a veces grandes distancias. Pero por alguna razón, nos reconforta la mente, y nos relaja el espíritu. Es algo así como renovarse mental y espiritualmente, fundiéndonos con la naturaleza, ya que un gran componente de cualquier paseo suelen ser los parques, aunque también existe la variedad del paseo por las calles de las ciudades, quizás más urbano y animado, pero por otra parte lleno de múltiples estímulos, y como no, también de ruidos, lo cual lo convierte en un poco menos relajante.

Y es que pasear invita a la reflexión, a la contemplación y al descanso, en algún lugar intermedio y preferido, que advertimos como nuestro punto de parada para ese momento de máximo relax. Y también invita a las magníficas charlas filosóficas y triviales de la vida. Ese punto de introspección y de indagación en las entrañas de nuestros problemas y miserias. Pero también es ese momento de renovación, de pausa, de calma, de tomarse un refrigerio en paz con la vida y tener una animada charla con tu compañero de paseo. Siempre me imagino un paseo como algo que si puedo lo realizaría en compañía de alguien muy cercano, alguien que me dé ese extra de conversación, de contrapunto en las opiniones y debates de la vida. Un paseo siempre dura lo que la charla esté dispuesta a dar de sí, porque en si mismo casi su duración a veces viene determinada por la duración de la conversación a debatir. Pero sin duda, tengo predilección por las paradas, por esas paradas estratégicas en aquellos puntos mágicos del paseo que me puedan permitir contemplar los árboles, notar el viento en mi cara, escuchar a los pájaros hablar en su idioma y decirse tantas cosas que no podemos ni adivinar, pero cuya observación me divierte y me complace hasta límites infinitos. Es el hecho de fundirse con la naturaleza, con el orden natural de las cosas, con el fluir armonioso del agua y del canto de las aves, es tan sólo ser y estar al unísono, un arte de vivir.

Y no dejo de pensar en que pasear comporta la idea de dejarme seducir por la vida, de enamorarme de mi entorno y de apreciar la belleza del movimiento natural de las cosas. Es más, siempre me causa un eterno sentimiento de gratitud por la vida y por cada momento que puedo disfrutar de las pequeñas cosas que me rodean: las risas, el canto, la música, el amor de las parejas, el devenir de las relaciones humanas, el orden armonioso de los sonidos naturales y la deliciosa orquesta de los pájaros en una tarde de verano, piando sin parar como si de una gran fiesta se tratara. Acabo de darme cuenta de que mi relato queda un poco cojo y manco sin la presencia del mar o de los ríos, y es que si tenemos la gran suerte de vivir en un entorno donde el mar nos abraza, un paseo a la orilla del mar, con ese sonido armónico y parsimonioso de esas olas intentando abordar esa tierra en su fortaleza, es algo más que recomendable y prescriptivo, ya que cura hasta la mayor de las enfermedades de la mente excepto la nostalgia. E incluso un bello paseo por la orilla del mar, descalzo y a la luz de la luna resulta de lo más romántico e inolvidable para cualquiera, y máxime si disponemos de la mejor compañía para ello. Sentarse en la arena a escuchar el batir de las olas mientras se observa a Orión en el horizonte, que camina junto a Sirio de forma inseparable, es algo que resulta de lo más evocador.

La humanidad ha paseado durante milenios a través de los vastos campos de esta tierra hermosa que recibimos como regalo divino. Paseos interminables de felicidad e introspección que ayudaron a decidir miles de batallas y acuerdos de paz, tratos económicos y los futuros de las antiguas humanidades, y que seguirán constituyendo la columna vertebral de la paz interior y el sosiego del hombre ante las mayores adversidades.

Por ddreams

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