Nexus 6

Hay una película que me produce una extrema debilidad por su componente tan exquisitamente bello, donde se trata los límites de la vida artificial, con una visión tan extrañamente poética que me produce escalofríos. Blade runner, que está basada en la gran obra de Philip K. Dick «Sueñan los androides con ovejas eléctricas», es una de las mayores maravillas de la ciencia ficción de todos los tiempos. Y en esa película que nos trae el futuro al presente, hay un momento en el que uno de los protagonistas, un replicante, dice: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhaüser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.». Y finalmente muere, en una de las escenas más brillantes del cine de la mano del gran Ridley Scott. Una poesía infinita y una sensibilidad que no pertenecían a un replicante, robot biológico de última generación, pero de una vida muy corta. Ese Nexus 6 marca un momento de inflexión en la forma en que pensamos en la vida humana inteligente y su frontera con las máquinas inteligentes. ¿Inteligentes? ¿Hasta dónde? ¿Y con sentimientos? ¿Y eso no es un ser humano? ¿Dónde está la frontera de la complejidad humana frente una máquina biológica compleja pensante y con sentimientos? La respuesta es Rachel, una Nexus 7, que después de una implantación de recuerdos y una genética artificial casi indetectable, pasa por un ser humano sin problemas, ante la implacable vigilancia del teniente Deckard. Con las mismas percepciones y sentimientos, y finalmente en la película secuela «Blade Runner 2049», pudiendo engendrar. Entonces, ¿somos tan complejos? La respuesta nadie la tiene porque en si misma es una respuesta relativa, relativa a quien evalúa esa complejidad. Probablemente si nos evalúa un ser relativamente inferior como pueda ser una mosca, quizá nos vea como un ser superior y enormemente complejo, pero si nos regimos por la fría estadística resulta que nuestro ADN comparte aproximadamente un 75% de genética con el de una mosca, que no está nada mal para lo distinto que creemos que somos. Mucho de ese ADN que compartimos probablemente es el responsable de innumerables procesos básicos celulares y de formación de tejidos que ni nos imaginamos. Y sin embargo, ahí tenemos ese dato. Si por el contrario, nos fijamos en los procesos cognitivos, resulta que nuestra especie es realmente avanzada en múltiples cuestiones y en el entendimiento de nuestro entorno, hasta el punto de poder inferir comprensión en las estructuras que precisamente nos hacen ser quienes somos, como son el ADN, el ARN, la célula, los componentes básicos del organismo como los aminoácidos, las proteinas, … e incluso la interacción que se produce entre las moléculas químicas de nuestro organismo, dando lugar a la disciplina de la bioquímica. Nuestra especie es capaz hoy en día de realizar cambios en nuestro código celular, nuestro ADN, aunque no estoy seguro si comprendemos el alcance de tales cambios y los peligros que podría conllevar alterar la evolución de las especies de forma artificial.

Nexus 6 es un poético lance a la vida, es la máxima expresión de quien quiere ser y quiere sentir, independientemente de quien haya creado su propia naturaleza, incluso aunque esta pueda resultar artificial. Todo ser pensante, con suficiente complejidad, termina adquiriendo probablemente conciencia de si mismo, y es en ese momento en el que el concepto de estar vivo cobra más relevancia, tanto para el mismo como para los que lo perciben, y el teniente Deckard se da perfecta cuenta en aquellos momentos de intensa lluvia, cuando Roy, el replicante, nos regala esos momentos tan crípticos como existenciales que han motivado tantos y tantos elogios y comentarios desde que aquella fabulosa película se publicó.

Pero el debate en mi opinión se centra, en la necesidad de saber los límites, o de establecer la ética y la moral necesarias para afrontar un futuro prometedor y amenazador a partes iguales. Jugar a ser Dios, probablemente sea mucho más que peligroso, y no estoy seguro de que debiéramos atrevernos a tal empresa, porque quizá fuese la última empresa que abordáramos en la existencia de nuestra especie. Cambiar la genética de cualquier especie, es cuanto menos muy arriesgado y aventurado, con consecuencias impredecibles que a largo plazo podrían ser irreparables, como la eliminación de una secuencia de ADN aparentemente inútil o perjudicial que en otro contexto de vida resulta ser clave para la subsistencia.

La creación de vida artificial parece que abre sus puertas a un nacimiento floreciente y una industria, que aunque se perfila como una solución ante muchos problemas y nuevos retos, puede que a la postre sea una tumba funesta para una civilización soberbia e inmodesta con lo que le ha sido concedido en su genética. Aunque también podemos pensar que esa sea la solución de la humanidad para afrontar la conquista del espacio y de otros mundos, como si de una enfermedad vírica o bacteriana se tratara, colonizando mundos de otra forma imposibles ni siquiera de imaginar. La genética y la creación de superhombres o incluso hombres hibridados podría ser la solución ante los problemas de adaptación del ser humano a otros ambientes atmosféricos en planetas diametralmente distintos a los de nuestra química conocida. Sería algo así como crear primos hermanos galácticos.

Y he aquí una pregunta silenciosa y omnipresente, a la vez que estridente y discreta, ¿es el ser humano originario de la Tierra? Sí, sí, ya sé que tenemos la teoría de las especies de Darwin, que explica la evolución en si misma, pero ¿eso es incompatible con hibridaciones casuales procedentes de otros mundos o de civilizaciones más avanzadas, que al igual que la nuestra ahora, aterrizaron en nuestro planeta y se hibridaron con alguna especie autóctona para quedarse para siempre viviendo mejor adaptados? Es una idea muy de ciencia ficción como lo es Blade Runner y el libro de Philip K. Dick, pero no deja de ser atractiva la idea de pensar que eso haya podido suceder, incluso varias veces a lo largo de millones de años de la Tierra. ¿Puede el ser humano ser primo hermano genético de otros a miles de años luz? Resulta altamente improbable y casi un pensamiento paranoide, pero hay historias de pueblos perdidos en la Tierra que aseguran que el hombre vino de las estrellas, o historias que hablan de dioses que se aparearon con las hijas de los hombres. Y esta última frase, me hace recordar esa idea de la hibridación de las especies de una forma muy poderosa en mi imaginación.

Sé que todo esto es muy de ciencia ficción, pero el auge de la genética y la modificación de las especies, empezando por las vegetales, y ahora con las animales, no es nada ficticio, más bien se trata de una realidad actual que está cambiando nuestra sociedad, y que podría dar un salto estratosférico de calidad hacia algo muy común incluso socialmente, con las consecuencias que eso podría acarrear. Ya en plena pandemia del COVID19, se ha flirteado con la genética, suministrándonos vacunas con ARNm. Y ¿qué es el ARN? Pues el ARN (ácido ribonucleico) no es más que una transcripción de un ADN (ácido desoxiribonucleico) utilizado como molde, catalizada a través de la enzima ARN polimerasa. Y aquí surge una nueva pregunta, ¿el ADN de qué ser vivo? ¿De qué ser vivo se estaba generando ARNm que luego se incluía en las vacunas? La genética está empezando a asomar su potencial, tanto a nivel de riesgos como de soluciones, y parece que nosotros estaremos aquí para ver su comienzo y sus pecados, los pecados de esos hombres que juegan a ser dioses.

Y si la genética avanza tanto, ¿llegaremos a eso que predice Blade Runner, a esas tiendas de componentes genéticos con marca registrada incluida, donde uno puede adquirir un ojo u otra parte del cuerpo averiada para su sustitución? Es muy inquietante, aunque indudablemente el avance de la ciencia y de los tiempos siempre resultaron tremendamente inquietantes para quienes eran capaces de percibir esos cambios.

Por ddreams

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