Las palabras son ley

Cada vez que escribimos, que decimos algo, articulamos palabras, y por ende pensamientos y sentimientos, que acuden a nuestras palabras como si estas fueran sus guardianes. Y es que quizá sea asi, las palabras sean los envoltorios de los sentimientos y pensamientos, esos transmisores de las emociones de los seres vivos pensantes y hablantes.

Las palabras tienen un poder verdaderamente exorbitante, y pueden mover miles y millones de conciencias hacia una idea poderosa, y condicionar al ser humano en lo más profundo de si mismo. Son capaces de enternecernos hasta llorar, como provocarnos una estado iracundo de rabia o sembrar de fervor a todo un grupo de seguidores en un evento. El dominio de la palabra es el dominio de las emociones, y tiene el poder de derribar hasta los más sólidos muros de nuestro mundo interior, así como los más sólidos muros de cualquier fortaleza a través de una masa de gente enfervorizada.

Alejandro Magno fue uno de los más grandes estrategas y militares que haya conocido el mundo antiguo, y que hoy en día se sigue estudiando en las academias militares como ejemplo de general, que a pesar de su corta vida -no llegó a los 40 años- conquistó medio mundo antiguo, y todo ello con un pequeño ejército procedente de la Macedonia griega, que conquistó territorios como Egipto, Persia (Irán e Irak), Turquía, Siria, India, en lo que hoy conocemos como territorios actuales, pero que en su momento tenían delimitaciones distintas y abarcaban territorios con denominaciones distintas. Pero el hecho más relevante de estas conquistas estuvo en el uso que Alejandro hizo de la palabra, ya que era capaz de infundir con sus discursos y arengas la fuerza necesaria y el valor suficiente para superar cualquier flaqueza y motivar a las tropas en semejantes campañas militares. Su fama viene precedida de grandes hazañas, que en muchos casos estuvieron basadas en no sólo su pericia militar, sino en una enorme habilidad para la utilización de la palabra, sabiendo convencer y enardecer las mentes de sus aliados y seguidores. Creían en él, porque sus palabras llegaban profundamente al corazón de los que las oían, y provocaban exactamente los sentimientos que Alejandro quería.

La palabra es un instrumento poderosísimo en la boca de quien es hábil en su uso. Es el instrumento de la motivación, del ánimo, de la compasión, de la admiración, de la instrumentalización del alma en su expresión verbal. Aunque la palabra también puede ser el transmisor de la miseria, la inquina, la ira, la envidia y la sinrazón total del ser humano, y un instrumento de la manipulación a través de la mentira. La palabra simboliza y supone una extensión de nuestra persona, y es utilizada y ha sido usada como símbolo y garante de la autenticidad y honor de las personas y los pueblos. No en vano, hasta hace no mucho la mayor parte de los pactos entre pueblos y naciones se realizaban a través de acuerdos que venían refrendados por la palabra de los dirigentes. Dirigentes que “daban su palabra” como garantía de pacto entre caballeros. Dar la palabra era tan importante como otorgar a nadie el propio honor, y faltar a la palabra siempre era un sinónimo de mentira y engaño. Y hoy en día, tampoco ha cambiado mucho esto, y la palabra sigue siendo muy importante en nuestro día a día.

Siempre hablamos de medir nuestras palabras, como si nuestras palabras tuvieran mayor tamaño dependiendo de lo que dijéramos. Y es que unas malas palabras o unas buenas palabras pueden cambiar el curso de los acontecimientos de cualquier situación.

Pero, y ¿qué hay de la ausencia de palabras? Porque los silencios al igual que los sonidos tienen su importancia en la comunicación, de la misma forma que en la música son vitales para transmitir un sentimiento. Y quedarse “sin palabras” a veces es más elocuente que decir una retahila interminable de palabras sin sentido que sólo dan vueltas y vueltas sobre una idea o que vagan en el vacío de su contenido. Así pues, la ausencia de palabras puede significar una gran carga de sentimientos acumulados que no se quieren expresar, bien por mesura y por evitar conflictos, bien por dolor y castigo para expresar nuestra desaprobación ante unos hechos inaceptables.

Las palabras a veces incluso se especializan en “palabras de admiración”, “palabras de dolor”, “palabras de respeto”, “palabras de rabia”, … como si las palabras pudieran contener todos nuestros sentimientos y sensaciones ante la vida, y es así es en realidad, las palabras son el envoltorio y el vehículo de los sentimientos y las emociones, y están cargadas de matices como el tono empleado en las mismas, la cadencia utilizada, el volumen y matización de cada una de ellas. Un mismo discurso puede tener resultados muy distintos si utilizamos palabras más altas o más bajas, si nuestro discurso es frenético o lento y marcando las palabras importantes, si nuestra voz denota calidez o denota ira o denota desaprobación o quizá júbilo.

Utilizar las palabras adecuadas, y el momento y la forma adecuada, es todo un arte, y puede hacer que proyectemos una mejor o peor versión de aquello que queremos transmitir. Las voces de nuestro interior siempre buscan las mejores palabras y necesitan de ellas para que seamos entendidos en el mejor sentido, y no dejemos un poso de malentendido en nuestras intenciones y deseos.

Cuando escribo estas líneas, a su vez, reflexiono sobre mis propias palabras, y veo la necesidad de cuidarlas, como se cuida la imagen que proyectamos de nosotros mismos, porque las palabras reflejan eso mismo, la imagen de quienes somos y cómo pensamos, y se hace necesario a menudo reflexionar sobre cómo expresamos nuestros estados de ánimo, y qué palabras empleamos en nuestra expresión, porque quizá no seamos siempre claros en lo que queremos o elocuentes en nuestro discurso o proyectemos una realidad distinta de quienes somos.

En todo este recorrido descubrimos entonces que la palabra es tan inmensamente importante que la tenemos en múltiples expresiones que la relacionan con la honorabilidad de quien las pronuncia, como “te doy mi palabra”, “te tomo la palabra”, “palabra de honor”, “palabras sabias”, … y es que nunca la palabra dejará de ser baldía, y deberemos considerarla como la fuente de nuestro patrimonio personal y el instrumento principal de nuestra voz ante el mundo, y por ello, tenemos que hacer un esfuerzo permanente y creciente del cuidado y mejora del uso de la palabra, porque sin duda ello nos reportará uno de los mayores beneficios personales a los que podamos optar.

¿Qué sería del mundo sin las palabras? Sería la ausencia de pensamiento y la carencia de la vida humana, la inexistencia de todo nuestro acervo cultural, cultivado durante milenios, y que a través de diferentes palabras, han ido conformando la civilización que hoy conocemos. Perpetuar la palabra es perpetuar la existencia del ser humano y sus ideas. Y su silencio es el vacío del conocimiento, la emoción y el saber de incontables generaciones de pensadores que dieron su vida por extender el pensamiento a las generaciones venideras. Debemos por tanto cuidar nuestras palabras y escribirlas a fuego en la piedra para que esta deje constancia de nuestra existencia, porque las palabras son ley para los hombres en este mundo que vivimos, y perpetuar nuestro conocimiento es tan importante como vivir cada día a cada momento, y los hombres del mañana necesitarán las palabras de los hombres del hoy.

Por ddreams

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