Profecía, dícese, según la RAE, “Don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas distantes o futuras.”. Cumplir, según la RAE, dícese “Llevar a efecto algo. Cumplir un deber, una orden, un encargo, un deseo, una promesa.”. Y en el caso de auto, pues ya sabemos que se trata de un prefijo que indica que algo se produce de forma automática. Así que, “profecía autocumplida”, según reza en la Wikipedia, es “Una profecía autocumplida o autorrealizada es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.”
Esta introducción parece en sí misma rara y extraña si no se sabe por dónde se quiere conducir el discurso, y ahí es donde voy a entrar. De hecho, la cuestión radica en cómo se puede llegar a inducir un resultado a base de pensar en que va a salir ese mismo resultado. En realidad, es lo que conocemos como sugestión, es decir, sugestionarse hacia un resultado que nos vemos inclinados a obtener.
Ocurre a veces en la vida, y en no pocas ocasiones, que las personas hacemos cosas movidos por un resultado a priori que creemos que es el que se va a dar, siendo este un resultado terrible o al menos muy negativo. Pero muchas veces y de una forma fatal somos nosotros mismos quien guiamos a ese destino desastroso los acontecimientos sin darnos cuenta. ¿Y eso por qué es así? Es una pregunta que nos hacemos a menudo, pero probablemente nunca en el momento en el que nos encontramos en esa tesitura. Pongamos un ejemplo, tenemos un examen y resulta que no hemos estudiado suficiente, y en nuestro fuero interno lo sabemos, y pensamos que la vamos a fastidiar y que nuestro examen saldrá mal. ¿Qué hacemos? Pensamos: “Bueno, pues si va a salir mal y ya no tiene remedio, pues ¿para qué me voy a esforzar?” Es en ese momento, en el que realmente nuestra sugestión, nuestra profecía autocumplida se cumple, es decir, dejamos de estudiar, con lo cual eliminamos toda posibilidad de corregir nuestro previo déficit, cuando si lo hubiésemos luchado, a lo mejor no hubiéramos sacado una buena nota, pero por lo menos habríamos salvado los muebles y no habríamos suspendido. Sin embargo, de esta forma, somos nosotros mismos, ante la eventualidad del catastrofismo, quienes provocamos el desastre. Es asombroso, pero cuantas veces lo haremos con muchas cosas. Lo gracioso es que en el caso del exámen, muchas veces no medimos bien lo que va a ocurrir, y resulta que puede darse el caso de que justo pregunten aquello que sabemos. Sí, ya sé que resulta injusto para el que se lo sabe todo. Cierto. Pero, la verdad es que la vida está llena de carambolas del destino como esas, y a veces la providencia, como una vez lei a mi abuelo en un escrito, te viene a ver y te echa una mano. En esos casos, es cuando tu mismo aprendes, que tu propio error había sido no el hecho de no estudiar, sino el hecho de darte por vencido. Nunca hay que darse por vencido, y a veces hay batallas que parece que están absolutamente perdidas, y sin embargo, los avatares del destino hacen su aparición y convierten una situación imposible en una más que posible situación. Ya sé que muchos de los que lo leeis, teneis una sonrisa en la boca, porque yo también la tengo, y también me ha pasado ese mismo ejemplo del examen. Es más, me ha pasado tanto lo uno como lo otro. He llegado a tirar la toalla por verme sobrepasado por mis propios pensamientos, y otras veces no he tirado la toalla a pesar de ser una situación imposible y casi hasta diría delirante, y sin embargo el destino y Dios me vino a ver ese día, y aquello salió inexplicablemente bien. Pero como siempre se dice, hay que estar ahí para pelearlo, porque quien no está, nunca gana.
Pero bueno, ese es un ejemplo archiconocido por todos nosotros. Pero tengo otros distintos. Se me ocurre alguno otro interesante. Imaginaos que quieres a alguien, y le quieres tanto que casi no soportas que nadie pueda tenerle. Es una situación tan posesiva que llegas a ver situaciones donde no las hay. Empiezas a sospechar a cada momento de que ese alguien pueda estar pensando en cambiarte por otra persona, y en tu cabeza está siempre la idea de la infidelidad, hasta empezar a verlo como algo real y plausible. Es algo que sólo ocurre en tu mente pero para ti es totalmente real, y llegas a pensar en ello de forma recurrente. Al principio, no es tan fuerte, y llegas a preguntar a tu pareja por ello, pero poco a poco vas introduciendo en tu vida un componente de control que te hace sospechar de manera contínua que tu pareja pueda estar pensando en sustituirte, y por ello cada minuto, cada situación que se sale de lo normal, la sometes a juicio, y no sólo la sometes a juicio en tu mente, sino que transgredes la frontera y comienzas a someter a tu pareja a preguntas incómodas y situaciones difíciles. Tu pareja, que no sabe que es lo que te pasa, por supuesto actúa de forma desenfadada y a veces hasta divertida, hasta que se empieza a dar cuenta del problema y la gravedad de ello. Pero tu, en tu interior, decides que ese comportamiento divertido y desenfadado no es normal, sino que esa persona está evadiéndote y no te dice la verdad. Estás continuamente encaminando tus reacciones al resultado que has marcado en tu mente, que no es más que esa persona te engañe. Pero la otra persona, muy ajena a ese problema, continua haciendo su vida de forma normal, intentando hacer actividades, y a veces se da la circunstancia de que esa persona quiere realizar actividades nuevas en su vida, avanzar en otros aspectos y en otras formas de ver la vida, pero no necesariamente que impliquen sustituir a su pareja. Aunque parezca mentira, eso se ve a ojos de quien está imbuido por esos pensamientos catastróficos, como una señal inequívoca de cambio, o de influencia por parte de otra persona, y eso hace que lejos de arredrarse, incremente su presión sobre ello y sea cada vez más restrictiva en sus convicciones. Sin darse cuenta de que a cada paso que da en esa dirección, a cada momento que incrementa su presión, no hace más que ahogar a su pareja. Elimina el aire, e incluso cambia internamente su forma de percibir a su propia pareja y su comportamiento hacia ella incluso con rechazo, esa a quien teóricamente quiere, pero que sin darse cuenta ya no la quiere de la misma forma. Sin saberlo, ella misma ha modificado su visión de su pareja, acusándola internamente de todas sus imaginaciones, y ha llegado a provocar hasta un cierto rechazo hacia quien quería, casi como si quisiera demostrar que llevaba razón en sus acusaciones. La autosugestión a la que se ha inducido a sí misma es tan fuerte, que ha llegado a perder la noción de la realidad. Pero la profecía está a punto de cumplirse sí, claro, porque su pareja, esa persona que la amaba se ve tan encerrado, y tan ahogado, que llega un momento en el que decide tomar aire y respirar, y eso finalmente no es más que buscar una alternativa que le dé libertad y una pareja que conciba el amor con confianza, rompiendo las cadenas que le atan a esa locura. Y sí, finalmente se cumple la profecía, es verdad, pero esta se ha cumplido porque la persona que la pensaba ha inducido claramente a su cumplimiento, aun siendo un resultado terrible y desastroso. Y aquí da igual si existe amor o no, eso ya no importa, lo que importa es que la confianza se ha quebrado eternamente. Sí, sí, es verdad, la persona que siempre andaba bajo sospecha finalmente ha elegido otra persona o sencillamente ha elegido no estar con la persona que amaba, pero no es menos cierto, que la persona que acusaba la ha llevado hasta ese punto de forma irremediable. La profecía autocumplida ha hecho su efecto.
Hay muchos ejemplos de profecías autocumplidas y siempre se da la circunstancia de que la persona que las induce está absolutamente convencida desde el inicio del resultado final, aunque existan evidencias de lo contrario, ya que estas siempre se ven a los ojos de esta persona como falsas o como intentos de ocultar el camino verdadero que esta persona tiene trazado en su mente.