La naturaleza es sabia y tiene múltiples formas y maneras de mostrarnos cuan diferentes somos todos los seres vivos de este planeta. A menudo el ser humano tiende a verse como el más desarrollado. Pero si observamos con atención todas las formas de vida y su enorme capacidad de adaptación descubrimos cosas sorprendentes. Herramientas, habilidades, formas de ver la existencia, maneras de proceder, que lejos de entenderlas en una primera instancia, nos resultan extrañas y a menudo fascinantes porque nos devuelven a la más dura realidad, y es que la vida es difícil y compleja, a la par que tremendamente adaptativa, y cada especie encuentra o encontró la mejor versión de su supervivencia, y muchas continúan reinventándose continuamente para evolucionar y descubrir una mejor versión de su software biológico.
Hace años, recuerdo haber estado en el departamento de entomología de mi escuela. En él, pude ver la enorme diversidad de seres diminutos que yacían en aquellas placas de vidrio. Esos bicharios eran tan sorprendentes, que descubrías el maravilloso arte de la vida en su máxima expresión. Ver aquellos ejemplares al microscopio, tan distintos los unos de los otros, con tan enorme variedad de formas y colores, número de extremidades (si es que existían), tipos de ojos, de tejidos, etc, te motivaban instintivamente a pensar cómo sería su vida, cuánto tiempo de vida tendrían, en qué ambiente vivirían, cual serían sus alimentos, cómo se moverían, cómo respirarían, de qué armas dispondrían para cazar u obtener alimentos, cuál serían sus armas defensivas ante cualquier depredador, cuáles serían sus fortalezas y debilidades, cómo se aparearían, … La lista de preguntas que uno se hace es interminable y si profundizas en cualquiera de aquellos misteriosos bichos, descubres mundos fascinantes, llenos de vida y de aprendizaje, tanto en lo individual como en lo colectivo. La vida es tan variada y maravillosamente bella, que los seres vivos de nuestro planeta nos dan cada día una lección de supervivencia, a pesar de que los seres humanos les demos muchos disgustos a todas las especies del planeta.
Es precioso y sorprendente la vida de algunos seres vivos, que parecen no tener una sola vida sino más de una. Seres vivos que viven inicialmente en una forma básica y que finalmente evolucionan a una forma adulta distinta. El caso más llamativo y mil veces mencionado es el de las mariposas. Seres que nacen siendo gusanos en su época precoz o infantil, y a menudo en un aspecto más bien unánimemente repulsivo para el ser humano, pero que en un proceso increible, digno del mejor mago, sufren un proceso de metamorfosis que les lleva a modificar su cuerpo alargado, de color insulso, blandito y rastrero, por aquello de se arrastran por el suelo en su desplazamiento, para convertirse en bellísimas mariposas, que cambian el medio de locomoción terrestre por el aéreo, con unas alas dignas de un dragón y con colores y patrones bellos e imaginativos. Parece como si el mismísimo patito feo hubiera obrado en el arte de la transformación de su cuerpo para convertirse en ese hermoso cisne elegante y grácil.
La metamorfosis es un proceso transformador, retador y magnífico. Un proceso que lleva al individuo a los límites de si mismo para transformarse en otro, en un ser diferente, en una criatura que se manifiesta radicalmente distinta a como era en su estado previo. La metamorfosis no es exclusiva de las mariposas, ni del patito feo, o de ese pulpo o calamar que cambia su forma y su color para adaptarse a su medio. También es propia del ser humano, si bien este no obra en la misma línea que esas maravillosas mariposas, sino que ese cambio es a veces físico, con cambios en nuestra manera de vestir, de actuar, de comportarnos … algo así como aquello de reinventarse. Y eso de la reinvención tiene mucho que ver con la metamorfosis. Pero también hay una metamorfosis que tiene que ver con la forma de ser, la forma de actuar, la forma de mostrarnos e incluso mental, donde el hombre ejerce un cambio fundamental en si mismo para dejar de ser quien era, y a menudo en la vida se sufren procesos transformadores, que nos hacen cambiar, de perspectiva, de visión de la vida, nos cambian la actitud ante los acontecimientos e incluso terminan cambiando nuestro hábitat y nuestra forma de vida final. Esa metamorfosis no siempre es positiva en su proceso de transformación, pero cuando lo es, a veces podemos ver a personas que verdaderamente emergen de si mismas, para mostrarse al mundo en una versión realmente mejorada, metamorfoseados en ese ser bello nuevo caparazón y en un status más alto, en el sentido del engrandecimiento del ser.
Buscar el cambio debe ser una máxima en nuestras vidas, pero una máxima en la meta de alcanzar esa mejor versión de nosotros mismos en lo personal y humano, llegando a ser ese ser humano con valores ético-morales intachables que nos haga vivir en paz y armonía con nuestra sociedad y con nuestra naturaleza. Y aunque quizás nuestra naturaleza nos obliga a evaluar los acontecimientos de la vida de una forma acorde a los valores ético-morales de nuestra sociedad, lo cierto es que la naturaleza no evoluciona ni crea individuos que modifican su aspecto y forma por motivos éticos o morales sino por estrictamente de supervivencia, porque sobrevivir en la vida tiene que ver con la adaptación al medio, y no importa lo mejor o peor individuo que seas, porque sobrevivirás según tus habilidades sociales y físicas. Pero puede que lo que de verdad eleva al ser humano por encima de otras especies sea su compromiso ético-moral con la sociedad y con el universo que le rodea. O quizás no, y tan sólo sea una entelequia y un valor que sirve al ser humano a sobrevivir y convivir en sociedad.
Al final, cada cual elige su modo de vida y la metamorfosis que necesita para adaptar su vida y su caparazón a este mundo complejo y sencillo, que nos reta a cada vuelta de la esquina. Porque vivir es un reto diario, que supone la reinvención contínua y la reevaluación contínua de nuestros parámetros de vida y la forma en que la queremos vivir.