Los hombres desde que el mundo es mundo siempre han estado en guerra. Es un estado natural que parece emanar de la propia naturaleza humana y de su deseo de anhelar lo que los demás poseen, y de competir ferozmente por los recursos y por los mejores territorios para su tribu, etnia, nación o grupo en general. Es un instinto de los seres vivos por acaparar los mejores recursos para su explotación, ya sean alimentos o recursos físicos que les permitan construir mejores lugares y mejores herramientas en los sitios más privilegiados, y que a su vez les permita defenderse de otros que traten de arrebatárselo. Es un instinto tan básico, que ni somos conscientes de tenerlo, pero que a nivel individual practicamos y en sociedad también, aunque de otra forma más organizada, y que al final lleva al mismo final.
La guerra es el resultado de los conflictos entre grupos sociales más o menos numerosos que elevan el nivel de la mera violencia entre dos individuos a una categoría más grupal y más organizada, haciendo de ella un conflicto entre dos grupos sociales relevantes. Así, podemos hablar de guerras de clanes, o guerras entre dos pueblos o tribus, o guerras entre paises y naciones, o guerras globales que involucran a la mismísima humanidad en la contienda. Pero al final, no son más que la extensión de los conflictos entre dos grupos sociales que pugnan por recursos económicos, físicos o territoriales, y que terminan por resolverse a través de graves enfrentamientos violentos donde numerosos individuos perecen, muchas veces sin saber siquiera por qué pelean, y los territorios son invadidos y usurpados, y los derechos de los invadidos pisoteados y aniquilados. El vencedor siempre escribe la historia, y el vencido se resigna en su derrota para siempre o hasta la siguiente oportunidad que le permita resarcirse de su pérdida.
Decía el gran Asimov, que “la violencia es el último recurso del incompetente”, y cuando uno analiza eso, se da cuenta de la enorme carga de razón y de sentido que encierra esa frase. Decía mi abuelo, que en paz descanse, que en la Guerra Civil Española, los que ganaron sólo se llevaron los papeles bajo el brazo. Los papeles únicamente de la victoria, porque los cientos de miles de muertos nunca más pudieron hablar ni levantarse para mirar a sus hijos o a sus padres, ni volver a abrazar a sus mujeres y niños. Porque la guerra sólo deja eso, muerte y destrucción por doquier. Pero no sólo una destrucción física, sino que muchas veces deja una destrucción del alma de las personas y del alma de las sociedades, que ya nunca más dejan de poder ver la realidad de la misma forma.
La guerra es el llanto profundo, el lamento eterno de los caidos por tantas y tantas guerras inútiles que devoraron los sueños de los hombres y la belleza de sus creaciones. El odio y la maldad devorando el amor y la belleza de las personas. La guerra no es más que los deseos corruptos y malvados de unos pobres dirigentes infelices, deseosos de poder, que sólo desean hallar su felicidad en la destrucción y aniquilación de sus congéneres. Porque el mal que habita en algunos seres vivos es comparable a un cáncer que devora las células sanas, para convertir todo el tejido en un tejido inútil e inerte, con la diferencia de que el cáncer no es un ser pensante y consciente, y se sitúa en el límite de la vida, al ser únicamente química. Sin embargo, el ser humano tiene consciencia de si mismo y valores que otorgan a su vida un estatus de vida superior. Y, ¿qué superioridad hay en aquellos que buscan la confrontación y el dolor entre si, hasta aniquilar a sus semejantes? Nunca nadie podrá responder esto, porque la violencia entre los hombres es tan sumamente instintiva que ni siquiera ellos mismos a veces saben por qué se comportan así.
Las sociedades relegan su poder de decisión en sus dirigentes, muchas veces pensando que estos son puros de corazón y de integridad moral, pero a menudo estos olvidan su vocación de referentes sociales, y conducen a sociedades enteras a la confrontación contra otras sociedades, olvidando que el comercio y los acuerdos de vida son la base de la convivencia entre los individuos y los grupos sociales. En no pocas ocasiones manifiestan comportamientos corruptos, antisociales y egoístas, por los cuales sacrifican a todos sus fieles y entregados ciudadanos a guerras, mientras ellos se enriquecen o viven una vida de lujos y parabienes. En otras ocasiones, las menos, las sociedades se ven abocadas a locuras colectivas de la mano de sociópatas y psicópatas enfermizos, que ven en sus visiones personales la solución a la sociedad, aunque perezcan sus súbditos, convirtiendo esa locura en una confrontación bélica a la que arrastran a su nación o grupo colectivo. El resultado, siempre es el mismo, la muerte y destrucción de miles, de millones de seres humanos sepultados en el silencio de sus llantos y su desesperación por la pérdida de sus seres queridos, la pérdida de los hogares, la esclavitud, la violación física y moral de sus vidas, y la destrucción de sus sociedades. Y aquí, no importa mucho quien gane o quien pierda, aunque obviamente hay grandes diferencias entre ambos. Pero los que de verdad pierden, son aquellos a los que jamás volvemos a ver, salvo en nuestros sueños y recuerdos, y todos aquellos que tienen que seguir sus vidas reviviendo acontecimientos en su memoria hasta que mueren.
Las sociedades que no entienden la paz, y su valor como valor de vida y de progreso, están abocadas al eterno sufrimiento y pobreza espiritual y física. Y sólo aquellas sociedades que deciden caminar hacia la paz, en cualquiera de sus estrategias, progresan hacia una riqueza de espíritu y de conocimiento, que las eleva a otro nivel de progreso y civilización más elevados.