La verdad, la mentira, las verdades a medias, las medias verdades, las mentirijillas, las mentiras piadosas, … todo un universo y abanico de realidades alrededor de la verdad y la mentira. Pero ¿son todas ellas verdad o mentira, o quizás dependen del prisma con que las miremos, que encontramos muchos matices a lo que catalogamos como verdad o mentira? La verdad y la mentira se posicionan en puestos antagónicos como son el 0 y el 1, o el sí y el no, o el blanco y el negro. Pero eso sería válido si lo que estamos evaluando es algo que tiene una lógica que sólo admite esas dos posiciones. La realidad múltiples veces es que nada es verdad como nada es mentira estrictamente hablando, es decir, que más bien estamos ante una graduación entre blancos y negros que nos dan grises más claros y más oscuros.
Pongamos ejemplos sobre la mesa. Salimos de casa y decimos, vuelvo a las 20h. Pero llegada la hora, no hemos vuelto, ¿hemos mentido? En realidad, lo que hemos dicho es que volveríamos a esa hora, pero también sobreentendemos que en condiciones normales sucederá lo que decimos, porque sino tendríamos que añadir a nuestra frase continuamente las condiciones por las cuales establecemos esa afirmación, y no parece necesario explicitar eso. Aunque lo cierto es que hicimos aquella afirmación. ¿Qué ocurre si sufrimos un accidente, o alguien nos entretiene, o somos nosotros quienes cambiamos el plan por una circunstancia inesperada? ¿Hemos mentido? La mentira tiene una connotación de intencionalidad, de intento de deformación de la realidad, pero en el caso que hemos visto, no parece que alguien esté deliberadamente mintiendo y deformando la realidad.
La mentira tiene muchas caras, tiene muchas formas y actitudes. Y hay mentiras que no requieren de la palabra. Sino que tan solo necesitan de los hechos. Y aquí, volvemos a otro terreno espinoso. El de los hechos. Normalmente una mentira está ligada a una declaración de hechos sobre una realidad determinada, pasada, presente o por ocurrir. Tiene una connotación muy fuerte de intencionalidad, porque sino, probablemente no estaríamos ante una mentira, sino ante una deformación de la realidad o incluso una diferente percepción de la misma entre quien construye el relato y quien lo escucha. Y en esto también entra otro factor muy relevante como son los diferentes patrones y parámetros que tenemos cada uno para manejar la aceptación de las realidades. Hay quien ante un discurso impecable y perfectamente honesto tildan de mentiroso a alguien sólo por el hecho de haber introducido en su discurso un fragmento del mismo que consideran incorrecto o incluso mentiroso, y sólo con esa premisa invalidan todo el discurso sin pensar en la intencionalidad del hecho, la coherencia del resto de la argumentación y en definitiva creando una imagen negativa de quien lanza ese discurso. ¿Es justo? ¿Puede una pequeña mentira o una pequeña incoherencia arruinar un discurso entero y la credibilidad de alguien? Pues bien, esto es algo bastante dependiente del oyente y los parámetros que maneja en su vida para admitir las verdades y las mentiras. Se trata muchas veces de algo muy educacional, de entornos que nos educan a percibir la realidad de una forma y catalogarla de una manera determinada. Así, existen personas que son mucho más estrictas en lo que consideran mentiras, tanto en el hablar como en el actuar, y otras que ven la vida de una forma más laxa e indulgente, percibiendo la realidad quizá con más empatía sobre la intencionalidad de los hechos. Y por supuesto, todo depende del objeto sobre el que se esté vertiendo la mentira, incoherencia o desajuste con la realidad. Hay aspectos en la vida que no tienen tanta relevancia, y por tanto no nos parece tan importante prestar atención a si algo es verdad o no, sencillamente no nos importa. Pero existen zonas de nuestra realidad, como son las relaciones personales, y más concretamente las que involucran al amor, a la amistad, etc, o las relaciones de trabajo, o cualquier otra que represente algo realmente vital para nuestros intereses en la vida, donde cualquier desajuste de la realidad puede ser muy impactante para nosotros, y es ahí donde construimos una red de susceptibilidad ante lo que consideramos verdad o mentira más o menos fuerte según el interés que tengamos por el asunto que involucra a esos hechos o palabras.
Pero ¿se puede mentir con los hechos, o la mentira está ligada sólo a la palabra? Evidentemente, sabemos que los hechos están íntimamente ligados a las palabras, y los hechos, si cabe, son más relevantes en las mentiras que las propias palabras. Podemos mentir en vidas envenenadas por hechos viles e inmorales, en los cuales mentimos de facto a otras personas sin cruzar palabra alguna, y donde nuestra vida es una gran mentira de hechos en la que nada de lo que supuestamente somos es lo que realmente es. Personas que llevan dobles vidas, con relaciones amorosas paralelas e intencionadamente ocultas a cada una de las partes. Personas que llevan vidas imposibles, paralelas, con trabajos que sirven a intereses contrapuestos, pero que hacen lo que comúnmente denominamos dobles agentes o espías. Es muy interesante descubrir las diferentes caras y formas de la mentiras, tanto en la palabra como en los hechos.
Y admitida la existencia de todas esas mentiras que envuelven nuestras vidas, ¿cómo de posible es vivir una vida de grandes mentiras sin despertar sospechas? Me llena de curiosidad como es la mente de una persona profundamente mentirosa, que riega su vida de embustes y de situaciones falsas, y cómo consiguen envolver todo ese entorno en una realidad posible y verdadera ante los ojos de los que conviven con ella. ¿Qué capacidad se debe tener para mentir reiterada y constantemente sin incurrir en incoherencias y fallas en nuestros discursos y en nuestros hechos? Desde un punto de vista divertido, resulta admirable ser capaz de poder encajar todas las piezas de un puzzle en una realidad adornada de múltiples y terribles mentiras. Se debe disponer de gran memoria, e incluso de gran memoria contextual, para recordar a quien le hemos dicho qué, o con quien hemos hecho o dejado de hacer tal cosa, además ser capaces de que todo encaje sin sospecha alguna. Pero como se suele decir … las mentiras tienen las patas muy cortas, y finalmente no pueden correr mucho, así que se terminan por descubrir y desenmascarar de forma inmisericorde, dejando a la vista todo un mundo de cadáveres emocionales, engañados por el embustero del reino. En fin, un clásico de la literatura.
Y como siempre, vayamos también a los aspectos más triviales y mundanos de esas mentiras, a veces necesarias, para que la vida discurra con menos dolor. Somos capaces de mentir a un familiar con una enfermedad terminal, sólo por el hecho de evitarle ese enorme dolor del vacío y de la muerte segura. O podemos mentir a alguien que adoramos, en algo que no tiene gran importancia, pero en lo que sabemos podemos generar un mayor mal que el bien que podamos causar con la verdad. Y es que a veces la verdad duele, y duele mucho en ocasiones. Aunque es cierto, que la honestidad y el valor de decir la verdad y enfrentarnos a nuestros fantasmas y miserias, debe ser más poderosa que nuestra debilidad y horrenda miseria del engaño. Sin embargo, hay situaciones que requieren un gran trabajo de equilibrio entre la verdad y la mentira. ¿Puede un general o un alto mando decir la verdad a su tropa ante la inminente muerte de todos los que se enfrentan a una muerte segura, en forma de un ejército muy superior al suyo o unas armas imposibles de defender? La guerra precisamente es un gran campo de batalla de la mentira y la verdad, donde estos dos polos se cruzan y se vuelven a cruzar una y otra vez, donde la propaganda mentirosa combate tan eficazmente como el mejor de los batallones, donde saber a quien decir la verdad y a quien ocultársela es tan importante como la propia supervivencia, y donde el engaño es a veces la clave de la victoria. Pero, ¿el engaño es una mentira? Pues, realmente sí lo es, y el engaño es la base de los juegos de mesa y de casi todos los juegos donde la estrategia en el juego está tremendamente impregnada por el engaño y la capacidad para establecer de forma intencionada una especie de mentira en la que parecemos querer ejecutar una acción, pero en realidad queremos ejecutar otra distinta, y tan sólo estamos induciendo a nuestro contrincante a una posición en el tablero más desventajosa. Se trata de una mentira, con la que jugamos a ganar la batalla o la guerra.
La vida es un gran escenario de supervivencia de especies que utilizan la mentira como ventaja competitiva. Pero también es un bello escenario, donde la lealtad de los amigos y amados está sustentada por la verdad y por la autenticidad de las relaciones.
Hay otra parte muy importante de las mentiras, y es su impacto en las vidas de quien la perciben. La mentira tiene un impacto muy considerable en quien se ve engañado por aquel que parecía decirle la verdad. Pero no estamos hablando de una pequeña mentira, sino de una gran mentira de vida, de esas que hacen daño a una vida y que destrozan una relación. Es un escenario que se desvanece, que se desmorona, y donde ya nada parece ser lo que era. Sus consecuencias son devastadoras y producen un desprestigio total de esa relación y de todo aquello que la envolvía, y del que uno se recupera difícilmente, al menos en esa misma relación. Si se quiere conservar esa relación, será necesario una revisión de todo lo que la envuelve, y muy seguramente no será posible la restauración de la misma, porque finalmente queda ese poso de desapego y desconfianza, que es tan difícil establecer. Hay que ser muy valiente y muy honesto para superar algo así, sobre todo por las dos partes, y ni siquiera creo que eso pueda arreglar el destrozo. La mentira en las relaciones de amor y en los negocios son tremendamente devastadoras, y socavan de forma vital cualquier entendimiento posterior.
Como puede desprenderse de estas palabras, tengo sentimientos encontrados ante el concepto de la mentira, tal como muchas veces se nos presenta. Tiene muchas caras y muchas consecuencias de signos muy dispares, y es tremendamente difícil establecer unos límites bien claros, salvo para las relaciones afectivas y de lealtad, como son las de amor, negocios. Y desde luego, podemos hablar casi de tamaños en las mentiras, porque aquí la magnitud de los engaños son realmente determinantes, y no es lo mismo una pequeña mentira piadosa que una gran mentira de vida. Así como podemos hablar de la reiteración, que también es otro de los grandes factores que determinan la importancia de una mentira. Y por supuesto, algo que es inherente a una verdadera mentira, y es la intencionalidad clara del engaño, y lo deliberado del mismo.
Y ¿qué decir de la reputación, la honestidad, el crédito, el honor? Suenan algunas a palabras antiguas, más que nada porque parece que el crédito y el honor no se estilan mucho, sobre todo entre las élites políticas, que han hecho de la mentira la deformación formal de la realidad, acudiendo en busca del cambio de opinión como recurso mullido y elástico de ese crédito que se desvanece en una sociedad narcotizada e idiotizada. La nobleza, el valor, la honestidad parecen haber dejado paso a la mentira, a la manipulación, al engaño y a todas las formas posibles de deshonra de la honradez, honestidad y respeto. Las sociedades que viven bajo esos parámetros están abocadas al fracaso y al enfrentamiento. Así que, sólo espero que los grandes valores de los hombres recobren su antigua fuerza y poder, ante la mentira taimada y serpenteante que se apodera de nuestras vidas, y nos atenaza y amenaza con ser parte fundamental de nuestras vidas.
Así es, ya sabéis, no mintáis y menos de forma reiterada, como algunos, porque tu prestigio está en juego, y probablemente el recuerdo de la mentira te acompañe por siempre en la mente de los que te sufrieron. La honestidad es un gran valor, muy estimado por la sociedad en todos los órdenes de la vida, pero sobre todo en el amor y en los negocios.