El pescador de lunas

Una noche, un pescador de los que habitualmente pescan por afición y por amor al arte, salió a pescar en la noche. Salió a pescar esos maravillosos peces plateados que salían a superficie de noche luciendo su lomo y su grácil nadar. Se movían con tanta armonía y belleza, que parecía imposible no enamorarse de sus quehaceres. Se removían entre las aguas en grupos y hacían dibujos y filigranas auténticas de emoción acuosa. Aquel pescador acudía todos los días de forma nocturna para admirar a aquellas criaturas, y para admirar su forma de entender la vida. Luego se recostaba y miraba a la Luna, que le sonreía y miraba con ternura, sabiendo de su emoción y de su necesidad de llevarse algo a la boca para su familia. El pescador, sabedor de ese momento, devolvía la sonrisa, y tiraba su caña hacia aquella enloquecida maraña de peces, que se arremolinaban alrededor de aquellos gusanitos luminiscentes que prendían del anzuelo. Siempre había algún incauto ansioso que terminaba ensartado en aquel anzuelo de plata que brillaba ante la mirada atenta de la Luna.

Ese pescador tiraba una y otra vez el anzuelo en medio de esos revoltijos de peces y volvía con varios cubos de peces a su casa, ya muy entrada la noche, casi de día. La faena justa y perfecta para alimentar a su familia, y quizás vender un poco en la lonja donde le comprarían ese manjar de los mares.

Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, repetía su faena, pasando interminables noches apacibles y tormentosas bajo la brisa, el viento y ese constante refresco del agua del mar. Pero por supuesto, ante la mirada fija y compasiva de su amiga la Luna.

Algunas noches, la Luna no le apetecía salir y se quedaba en casa, porque también descansaba, otras mostraba un perfil como tímido y distante, a veces casi de lado, otras más ostentosa, pero en ocasiones, se mostraba como una temible e impasible luz capaz de competir con el mismísimo Sol, aunque siempre se ha sabido que ambos son dos enamorados que no se llegan a ver pero que se persiguen eternamente. Y cuando mostraba su máximo esplendor, todo el mar se iluminaba y hasta los mismos peces salían a superficie a saludar a su amiga la Luna. Aquello era digno de ver, digno del mayor de los espectáculos de magia. Un ambiente de vida, luz y color nocturno que sólo se reservaba para aquellos que persistían en su amor por la luna. Aquel pescador nunca lo decía, pero además del amor por su mujer, tenía otro amor, y era el de su Luna, esa que le iluminaba las noches de tarea y admiración.

Y pasaron cientos de lunas, en las que el pescador no cejó en su empeño por trabajar de noche, para seguir viendo a su Luna. Su vida se había convertido en una devoción mutua por el trabajo de ambos, un amor imposible entre dos seres de distintos mundos. Y aquellos peces acudían sabedores de que allí se sucedía una de las mayores historias de amor de la naturaleza, y durante años fueron testigos de ella.

Una noche ocurrió algo inesperado, y del cielo cayeron miles de relámpagos y truenos, y se libró la mayor de las batallas de los cielos, ante la mitada atónita y asustada de aquel humilde pescador, que se sacudía de aquí para allá en su barco rezando porque no volcara. El cielo se volvió oscuro, y el pescador se asustó mucho porque la Luna no estaba en el cielo volando y sonriendo como de costumbre, sino que el cielo se había vuelto oscuro, muy oscuro, y oyó caer montones de objetos desde el cielo, que sin embargo, chapotearon grácilmente en el agua sin causar mucha perturbación. Se ocultó en el interior de su barco, temiendo que alguno de ellos impactara en él y lo hundiera, pero nada de eso ocurrió. Y sin embargo, al cabo de un rato, cuando ya todo parecía volver a la calma, salió de la cabina, y vió algo que no había visto nunca. El agua estaba repleta de miles de lunas, que flotaban entre las aguas. No podía creer lo que veía, era un espectáculo jamás soñado pero real. Por un momento, no supo qué hacer, y se limitó a observar, las lunas flotaban plácidamente en el agua, y los peces se agolpaban como enloquecidos y entusiasmados por el espectáculo. El pescador estaba fuera de sí y tiro por un momento sus redes, atrapando a cientos de peces contentos, y este terminó teniendo la mayor captura de su vida, pero no pudo por menos que acercarse a todas y cada una de aquellas lunas. Brillaban y latían como cualquier ser animado, y parecían felices, felices de haber traido semejante felicidad a aquel pescador. El pescador fue pescando y sacando a todas y cada de aquellas lunas, y las fue liberando de nuevo al cielo, como si de globos de trataran. El espectáculo era tan bello, que todos los peces y criaturas del mar se asomaron a ver aquella visión celestial. Tampoco ellos habían visto nada igual. El pescador fue pescando a todas y cada una de ellas y liberándolas al cielo, en un hermanamiento entre el cielo y la tierra como nunca se había visto, y todas aquellas lunas fueron dejándose abrazar por aquel pescador que las amaba tanto como todo lo que hacía, y a todos esos maravillosos seres marinos a los que amaba. Aquellas lunas habían bajado tras aquella gran tormenta para ver a su poeta del mar, a su compañero de noches interminables bajo sus atentas miradas, antes de que periódicamente el gran Sol anunciara su aparición.

Y fue como tras aquella noche, aquel pescador y la Luna, y todas las lunas del mundo, se encontraban una vez cada cierto tiempo y celebraban su particular fiesta de amor y confraternización durante todos los años en los que aquel pescador vivió. Él esperaba todas las noches en su barco a la Luna y a las lunas, y pescaba plácidamente, esperando que llegara el día en que las lunas se deslizaran desde los cielos y las pudiera pescar y abrazar. Las liberaba de nuevo a su hogar en el cielo y ese día sentía una felicidad inmensa, celebrando esa conexión especial de la vida entre el cielo y la tierra, o debería decir el mar.

Así fueron pasando los años, y aquel pescador envejeció sin dejar ni un sólo día de ir a ver a su querida Luna, hasta que el cielo le llamó para ocupar un lugar en el firmamento, donde instaló su nueva casa en la que viviría eternamente junto a su preciosa y amada luna. Desde entonces, se ve a la Luna que sale todas las noches en busca de su pescador, mientras este le persigue por el cielo enamorado locamente de su brillo plateado, y mientras el resto de los astros sienten celos del pescador y tratan de no dejarle brillar en el cielo, sabedores de que su amor nunca lo podrán alcanzar. Pero la Luna siempre se las ingenia para abrazar a su pescador y dejarle que le acompañe durante esas noches frías y largas. Si algún día miras hacia el cielo, busca al pescador de lunas … muy probablemente ande cerca de la Luna, acariciándola y mimándola como se merece, mientras esta le abraza con su luz.

Por ddreams

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