Dioses, superdioses y Dios

Introducción

Siempre me ha llamado la atención la esencia del pensamiento en un ser supremo, y para ser sincero, creo que abordar un tema como este, resulta como mínimo muy atrevido para cualquier ser humano y forma de vida universal. La comprensión de un concepto como tal lleva aparejado un equipaje pesado como poco, como es el de la educación religiosa heredada. Todos tenemos un equipaje que nos acompaña desde que nacemos y es de las ideas de nuestros padres y ancestros transmitidas de generación en generación. Esto hace que la gran mayoría de las personas elija una fe religiosa, o mejor dicho, siga una fe religiosa, que ya seguían sus padres. Esto no es ni bueno ni malo, sencillamente se trata de herencia religiosa. En nuestro mundo, han aflorado a lo largo de los siglos y milenios, múltiples religiones, monoteistas y politeistas, y todas, con sus propios preceptos y creencias. De todas ellas, podemos aprender grandes cosas, grandes axiomas y formas de vida, ya que toda religión adapta sus dioses a la forma de vida local y creencias locales, así como la vida también se adapta de manera simbiótica a esas creencias, creando una forma de ver la vida particular y propia de cada cultura. Pero, al final, ¿qué nos quiere transmitir la religión? ¿por qué nos sirve o nos puede servir de ayuda? Bien, realmente, las religiones, al final, lo único que nos dan, que no es poco, es una forma de entender la vida en relación con la transcendencia del ser humano. Todo ser humano se pregunta o alguna vez se ha preguntado las mismas cosas: ¿por qué estamos? ¿de dónde venimos? ¿cual es la razón de nuestra existencia? ¿existe alguna razón para nuestra existencia? ¿adónde vamos? ¿adónde vamos cuando morimos? La idea de la vida y de la muerte, como una dualidad indivisible es inherente al pensamiento humano, y nos acompaña durante toda nuestra vida. Evoluciona con nosotros a lo largo de nuestra existencia, y somos nosotros, cada uno de nosotros, quien damos forma a cada una de las preguntas existenciales más básicas. La religión, al final, sirve de apoyo para servir en el modelo a seguir en cuanto a nuestras costumbres y relaciones con lo divino y el sentido de la vida.

Los dioses y el politeismo

En las sociedades ancestrales e incluso todavía en algunos reductos actuales, se ha dado con gran frecuencia la creencia en múltiples dioses, cada uno especializado en un área de la vida, ya fuera la agricultura, la fertilidad, el viento, la lluvia, el sol, etc. Estos dioses por el carácter tan especializado en sus tareas, al final tenían una jerarquía, llegando a un dios con mayor rango que al final era el creador de todas las cosas. En muchas ocasiones, existían no sólo uno, sino dos, uno masculino, representando todos los aspectos de la masculinidad, y otro femenino, representado las características más íntimamente ligadas al mundo femenino, a imagen y semejanza de la dualidad humana masculino-femenina necesaria para la creación la vida en la Tierra. Muy frecuentemente, encontramos además una enorme relación entre las deidades y la astronomía conocida por cada una de las culturas, dando lugar a asociaciones del tipo dios-planeta o dios-estrella. Esta asociación viene motivada por la enorme fascinación que el ser humano ha tenido y tiene todavía en torno a todo lo que le rodea, y en particular por toda la inmensidad del universo, como dador y creador de vida y destructor de la misma. Los cielos a lo largo y ancho de este planeta han sido durante milenios escrutados y clasificados, con el objeto de poder servir para poder predecir los ciclos de la vida, medir los períodos de tiempo, etc. Los antiguos encontraron que el universo escondía una maquinaria cuasi-perfecta, que les servía para medir el tiempo y así poder establecer los períodos de cosechas, medir el día, la noche, los meses y los años, y yendo más allá, períodos más largos de tiempo en los que la Tierra cambiaba notablemente. En el cielo, ocurrían eventos maravillosos y eventos desastrosos, como eran los eclipses, los arcos iris, la venida de cometas, la caida de meteoritos, las estrellas fugaces, los movimientos de los astros, etc. Todo era un mundo increible y desconocido, inmenso y poderoso, en el que nuestra Tierra se movía y se mueve. Todas las asociaciones de eventos terrenales se relacionaban con dioses y eventos celestiales, el universo ejercía un enorme poder hipnótico para los habitantes de la Tierra, y servía como una gran bola de cristal para predecir el futuro, ya que gran parte de los eventos terribles o maravillosos se relacionaban con los movimientos en los cielos y la meteorología, que adivinaban se relacionaba con estos movimientos. Y así la vida en los cielos, y los movimientos celestiales, inspiraron la asociación de los dioses con los astros, y determinaron nuestra cultura ancestral, la madre de nuestra actual visión de la vida. Y en cada rincón, la interpretación de la vida fué diferente, con dioses diferentes, con nombres distintos, pero a la vez con grandes similitudes entre sí, dándose importancia a los mismos dioses-astros en diferentes sociedades, pero a la vez compartiendo conocimientos y adoración por las mismas deidades.

Superdioses

Cuando uno observa la estructura de dioses en esas sociedades antiguas, observa una gran unión de la vida cotidiana con la vida eterna, con el más allá. Se observa una gran convivencia con el factor muerte, con la idea de la finalización de la vida, quizás porque la esperanza de vida era menor y la mortalidad era bastante más alta que en las sociedades modernas donde la vida ha alcanzado grandes progresos en la medicina, que prolongan nuestra existencia y nuestras vivencias. La idea de la muerte obliga a pensar en el futuro, y en el futuro más allá de la vida, en el futuro de tus seres queridos, de ti mismo, en la idea de prolongar la felicidad de la vida en el más allá con los seres que amas. Esa necesidad existencial está siempre presente en el hombre, y lo estará por siempre, y todas estas preguntas, cábalas y filosofías seguirán vigentes por miles de años y hasta la eternidad. Pero, la coexistencia de múltiples dioses en las sociedades politeistas obligaban a una jerarquización de los mismos, e incluso se creaban grandes tramas familiares y de relación, donde acontecían situaciones totalmente terrenales. Se trataba de unos dioses muy humanizados, con costumbres, virtudes y defectos muy humanos, que la verdad no parecen propios de unos dioses, o más bien de un dios, sino de superhumanos o humanos cuasi-dioses. Y en toda esta jerarquía se hallaban los que llamaré superdioses, que eran aquellos dioses que copaban lo más alto de esta escala. Los dioses supremos o de más alto rango. Si imagináramos que nuestra civilización planetaria no es la única en el universo, como parece bastante probable, dados los millones, trillones, trillones de trillones de estrellas y sistemas solares que pueblan el universo, deberíamos hacer un ejercicio de reflexión en cuanto a su forma de vida, su forma de organización, qué motivaciones tienen en sus vidas y como grupo o sociedad planetaria/interplanetaria. Probablemente, descubriríamos que quizás no somos los únicos que pensamos en ideas metafísicas alrededor de nuestra esencia, y es posible que encontráramos numerosas formas de vida que tendrían creencias y adoraciones hacia seres superiores o dioses. Y si esto fuera así, parece lógico pensar que sus dioses se organizarían jerárquicamente en el caso de civilizaciones politeistas, que al final confluirían en la idea de un dios supremo, por encima de todos ellos, en la misma forma que los terrícolas pensamos en un sólo Dios creador de todas las cosas.

Dios

Siempre he sentido un enorme y poderoso respeto por la idea de un ser supremo, pero según fuí creciendo, creció en mi, ya en mi edad casi adulta, una necesidad de dar respuesta a algo que mi religión heredada no me había provisto, y es la idea de Dios integrado en el cosmos, en la inmensidad de todas las especies y formas de vida universales, la idea de un dios de dioses, y el principio y el fin de todo. Quizás, por mi educación y formación técnica y de ciencias, siento una gran aproximación entre Dios y las matemáticas, en la idea de un Dios como algo que sea el límite de un concepto que tiende al infinito o al menos infinito, que en un concepto circular de las cosas termina por ser lo mismo. Al fin y al cabo, algo así como algo que no existe como tal pero que es la esencia de lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. No alcanzo a concebir un dios supremo tan banalizado y humanizado, ya que Dios debe ser algo que sea supremo para todas las cosas y formas de vida que pueblan las galaxias y universos del cosmos.

De las civilizaciones interplanetarias y los superdioses

Cualquier civilización interplanetaria tendrá sus propias características, haciendo que puedan percibir la realidad de formas totalmente diferentes, y posean cada una de ellas capacidades distintas e incluso impensables para nosotros. Admitiendo humildemente nuestra condición, deberíamos admitir que nuestra civilización no tiene por qué estar entre las más avanzadas del universo, es más, puede que posiblemente nuestra carcasa y programación humana sea limitada en comparación con otros seres superiores a nosotros, igualmente que nosotros vemos como una criatura inferior a una hormiga o una mosca, tanto intelectualmente como organizativamente. Y entonces, surge una pregunta: ¿no serían para nosotros dioses o superdioses, aquellos que viniendo allende los cielos, poseyeran unas capacidades muy superiores a las nuestras? Sin duda, los veríamos como dioses, y posiblemente los llamáramos así. Serían capaces de logros impensables para nosotros, podrían acceder a tecnologías ni soñadas para nosotros, verían la vida y los procesos vitales en una forma mucha más elevada, y a su vez se encontrarían por efectos de escala con problemas no superables como nosotros. Otra pregunta interesante sería: ¿podemos haber tenido algún encuentro con algún dios/superdios/ser superior, a lo largo de los últimos milenios? ¿Y de ser así, pueden haber sido encarnados en algunas de las mitologías y creencias de alguna sociedad antigua en la Tierra? ¿Puede haber sido la vida fruto de algún experimento biológico controlado, al igual que nosotros experimentamos con ratas, insectos, monos, etc? Y si fuese así, ¿seríamos capaces de discernir esta circunstancia? Sinceramente, no lo creo, no creo que el hombre pueda saber nunca si su biología fué inducida por alguna forma de vida superior como si la Tierra fuera un campo de cultivo. Los seres inferiores no pueden de ninguna manera inferir en los misterios de la ciencia en determinados niveles, ya que no posee la capacidad de alcanzar niveles de comprensión que le son limitados por su propia carcasa física y mental. Se hace necesario recurrir a unos interfaces biológicos más capaces, y a niveles de conciencia e intelectuales superiores para alcanzar y entender niveles superiores de organización y pensamiento. En esta línea de pensamiento, entonces se me ocurre lo siguiente: ¿puede el ser humano autosuperarse creando alguna forma de diseño de vida superior al que conoce? Es posible que esto sea factible, pero probablemente se dé a través de investigaciones punteras en biología, física, matemáticas, etc que den fruto pequeños y sucesivos avances en bioingeniería de autodiseño. Si esto fuese posible, ocurriría un efecto pernicioso en la integración de estos seres superhumanos con los humanos corrientes en la forma en que se crearían distintas castas según las capacidades intelectuales, y se generaría gran rechazo entre las diferentes castas, a no ser que se generara algún tipo de estructura social que integrara de manera efectiva y simbiótica las dos formas de vida. Aunque a todos los efectos, podríamos estar hablando de otra forma de vida más avanzada, algo así como un producto que evoluciona en su hardware y su software. La vida por tanto, parece un misterio gigante en contínua evolución y regeneración, en el cual quizá haya más misterios y sorpresas de las que nunca hayamos imaginado, y donde todo se crea y se destruye cíclicamente, generando un inmenso engranaje de movimientos y vibraciones.

Las religiones ante Dios

Las religiones son y serán el pan que alimente las almas de todos los seres inteligentes. Y digo seres inteligentes, porque la religión está emparentada con la idea de Dios, de un ser creador, que nos crea, y inevitablemente será un concepto prácticamente inherente a cualquier ser vivo inteligente. Aunque aquí cabría matizar la idea de inteligencia, de la que se hablará más tarde. Las religiones han estado presente en todas las civilizaciones de la humanidad, y tenemos cientos de formas de expresión de las mismas. Y desde las más antiguas a las más modernas, todas ellas han tratado de guiar la vida espiritual del ser humano, es decir, guiarnos en la dura travesía de la comprensión de la vida y de la muerte, en sus procesos de génesis, ocaso y sentido de la vida. Las manifestaciones son múltiples, y caben destacar como religiones mayoritarias: el cristianismo, el judaismo, el islam, el hinduismo, el budismo, … y muchas más, que nos explican su idea de la vida, de la existencia del ser humano, las pautas de comportamientos entre los seres humanos, la idea de lo bueno y lo malo, la idea del alma, la dualidad de lo material-inmaterial, y un sinfín de ideas metafísicas para explicar nuestra existencia en el cosmos y la Tierra. Algunas de estas religiones tienen cientos, miles de años, y a veces ni siquiera se sabe cuando comenzaron. Las religiones no sólo explican y ayudan a entender la vida, sino que además terminan condicionando la vida de sociedades enteras, que practican un ideario de vida en sus estamentos más básicos, en función de los dogmas e ideas difundidas por sus religiones. Es más, sus adeptos tienden asimismo a agruparse según tendencias religioso-sociales como una piña que asume y entiende la vida de la misma forma. Entonces, ¿se puede vivir sin religión? Esta es una gran pregunta, para la que nadie creo que tenga una buena respuesta, pero que sin embargo tiene una gran importancia para el desarrollo de un individuo y la sociedad que le circunda. A las personas les gusta sentirse parte de una comunidad, de modo que la comunidad arropa al individuo así como el individuo a su vez apoya a la comunidad en su ideario de vida. La respuesta está más bien dentro del individuo, es una decisión personal, pero con la que a veces es difícil sentirse totalmente libre, ya que se tienen presiones sociales, comunitarias y herencias natales, con las que hay que lidiar para sentirse libre. Surge de aquí distintas ideas como son el agnosticismo y el ateismo. La primera establece que las verdades metafísicas no son demostrables y por tanto mantiene una actitud escéptica ante cualquier declaración a favor o en contra, y la segunda, profesa la idea de la no creencia en ningún tipo de deidad. Es curioso observar a menudo la posición enconada de los ateos a la hora de sostener frente a los creyentes la no existencia de Dios. Como si eso pudiera ser demostrable o tangible, como si cualquier ser inferior pudiera inferir ni tan siquiera en la idea de un ser superior. Algo así como intentar entender 8 dimensiones, cuando apenas se entienden 4. Es una auténtica paradoja, de carácter totalmente irresoluble. De hecho, defender el ateismo de una manera tan enconada puede hacer caer a cualquiera en un cierta religiosidad de la no creencia, algo así como la religión de la no creencia en nada. Sin embargo el agnosticismo, se mueve en un entorno menos definido, donde las bases son más inestables, y donde se hace necesaria una gran capacidad de equilibrio para llevar una vida armoniosa con los demás sin sucumbir a los regímenes religiosos y morales de las creencias religiosas. El agnóstico no debe despreciar las religiones, es más debe entenderlas como una forma de guía en la vida, ya que de alguna manera no profesa ni podría profesar ninguna religión, al no poder demostrar la existencia de Dios. El agnosticismo es quizá la más incómoda de todas las ideas metafísicas ante la vida, ya que descansa sobre la resposabilidad espiritual individual de la persona, si bien resulta importante apoyarla con una visión humanista de la existencia. Resulta siempre más cómodo apoyarse en ideas soportadas por una comunidad entera que las refrenda.

¿Existe Dios entonces?

Lo cierto es que nadie puede asegurar nada al respecto. No se puede decir que sí ni se puede decir que no, ya que nadie podría demostrar ni lo uno ni lo otro, pero parece necesaria establecer una postura ante esta pregunta para la mayor parte de las personas. Algo así como si tuviéramos que elegir entre un equipo u otro. Pues bien, quizá no sea necesario, quizá sea más importante cumplir una serie de pautas humanistas que cada uno lleve a término. La mayor parte de las religiones incluyen en sus doctrinas enseñanzas para un buen comportamiento social que armonice la vida de la comunidad. Esas doctrinas suelen ser en alto grado humanistas, de modo que los mandamientos, rituales, etc, suelen estar orientados al bien de una comunidad. Pues quizá sea ese uno de los mayores valores de las religiones, el integrar y uniformizar el comportamiento social en sus términos morales. Pero, entonces, ¿existe o no existe Dios? Aquí volvemos a las ideas preliminares, y dejamos que sea cada cual quien juzgue si se cree capaz de asegurar lo uno o lo contrario. Además considerando las ideas de posibles seres superiores (dioses), o superiores a estos (superdioses), y así hasta el infinito, nos resulta difícil establecer algo así. Lo cierto es que si ahora mismo viniera cualquier ente superior con capacidades altamente superiores como pudieran ser: desplazarse por el aire sin medios artificiales, levitar, levantar grandes pesos sin la fuerza física, y un sin número de características altamente superiores, como el entendimiento a una mayor y profunda escala del universo y del funcionamiento de la vida, realmente le asignaríamos la capacidad y la realidad de un dios para nosotros. Sería sin duda nuestro dios. Pero, ¿ese sería Dios?, o más sería un ser superior a nosotros. La idea de Dios es una idea etérea y a la vez necesaria e inherente al ser humano, a través de la cual necesitamos entender la vida y como se crean las cosas, pero que por más que lo intentemos nunca llegaremos a alcanzar. La Biblia dice: «… yo soy el principio y el fin, el alfa y el omega …». Bien, es un concepto altamente interesante, pero a la vez debería ser totalmente intangible para nosotros. Dios, como principio y fin creador, realmente representa la arquitectura del universo y de todas las cosas, es como un código matemático que atañe a todo: a los planetas y estrellas y su movimiento, a la geometría del cosmos, a la geometría de lo vivo y de lo inerte, al movimiento de lo más pequeño y de lo más grande. La fuente inspiradora de todo el cosmos.

Los seres humanos en el universo

Las visiones antropocentristas del hombre resultan cuanto menos absurdas. El hombre, dentro del cosmos, no es más que una pieza más del engranaje del universo, una pequeña mota en su inmensidad, y estamos sujetos a los designios de los movimientos celestiales. Movimientos que condicionan enormemente nuestro auge y decaimiento. Si nos atenemos a nuestra posición en el cosmos, pongamos un poco de perspectiva a nuestra posición. El ser humano habita un planeta que rota en torno a una estrella de tamaño medio de tipo G. La vida es posible quizá por una carambola del destino que hace que nuestro sistema solar cuente con 4 planetas gigantes gaseosos que orbitan la parte externa de nuestro sistema solar, y que forman un parapeto importante frente a los balazos procedentes del exterior en forma de cometas y asteroides, que de tener una actividad intensa harían la vida y el progreso de los seres humanos algo incompatible. Nuestro sistema solar, como si se tratase de un cometa, a su vez se mueve en forma helicoidal y rotando alrededor de nuestra galaxia, que cuenta con varios brazos donde la población de estrellas y sistemas solares es más abundante. Nuestro viaje de rotación alrededor de la galaxia tarda varios millones de años en completarse (256 millones de años), y además en ese viaje contamos con numerosos eventos posibles: encuentros con estrellas/planetas errantes, cometas, asteroides, nubes de gas interestelar, explosiones de supernovas, y un largo etcétera de acontecimientos posibles y probables. Si ponemos esto en contexto, nos damos cuenta de lo volátil que es la vida. Sólo hace 65 millones de años se extinguieron los dinosaurios, que eran la forma de vida predominante en el planeta en aquella época, y nuestra historia (la del ser humano) comienza hace tan sólo 2 millones de años. Y todo esto para un planeta con una historia de 4600 millones de años, muchos de ellos convulsos y llenos de inestabilidades geológicas y climáticas. Es decir, en resumen, la vida en la Tierra no es fácil, y si para la perspectiva del tiempo tomamos como referencia los tiempos estelares y galácticos, resulta que la existencia del ser humano es increiblemente efímera. Aun así, no hay que desesperanzarse porque para un ser humano nuestra referencia de tiempo abarca apenas unos pocos miles de años. No conseguimos tener mejores referencias ya que nuestra propia naturaleza y la misma Naturaleza limita nuestras pretensiones y cada cierto tiempo resetea nuestra evolución, dejando nuestras expectativas de progreso empezando de nuevo desde cero. Son los ciclos de la vida, del cosmos, que al final es el que determina nuestro contexto de existencia.

El futuro de los seres humanos

Quizá la gran clave de nuestra existencia debiera ser el alcanzar metas transplanetarias y convertirse en una especie cósmica, de modo que pongamos nuestro foco en la conquista de otros mundos y colonicemos otras Tierras y otros mundos. Aunque a lo mejor ya somos una especia interplanetaria, ¿quien sabe si el hombre no vino de las estrellas y somos primos hermanos de algunos colonos estelares lejanos en el tiempo? Es una idea interesante y provocadora, pero podría ser cierta en algún pasado muy lejano, ya olvidado y enterrado en enormes capas de tierra. Acaso, ¿no queremos nosotros colonizar otras tierras, supertierras, en otras sistemas estelares? Puede que nuestra especie sea el fruto de ese mismo proyecto realizado por alguna civilización antigua que tuvo el mismo problema que la nuestra: la superpoblación, la sobreexplotación de recursos o quizá la destrucción de su planeta por su estrella madre, y que en su afán expansionista eligió la Tierra como destino. Si ahora quisiéramos hacer esto nos encontraríamos con los siguientes problemas: los viajes en el tiempo, la tecnología de desplazamiento, la adaptación al clima y geología de otros planetas (composición de la atmósfera, vientos, geología, etc), la biología de cualquier otro ecosistema extraterrestre y sus potenciales riesgos (formas de vida existentes, bacterias, virus, etc). Desde mi punto de vista, se trata de un problema multidisciplinar muy complejo, y creo que en ese escenario el ser humano, para poder abordar una colonización en otros mundos, debería hibridar su especie con la de algún otro ser vivo autóctono, que le permitiera tener una adaptación al medio óptima a la par que le permitiera compartir una forma de pensamiento e inteligencia común al nuestro. Esto sería un emocionante viaje a la creación de un nuevo ser hibridado, primo hermano del ser humano. La biotecnología ha avanzado muchísimo en los últimos años y seguro que esta es una idea ya concebida en muchas mentes, pero que plantea un serio problema ético-moral. Quizá tendríamos que hablar del acercamiento del ser humano a la figura de un dios, creador de vida. ¿Estaría el ser humano jugando a ser Dios? Nosotros mismos, en nuestro afán por la mejora de nuestra especie: la búsqueda de la inmortalidad mejorando la medicina y la esperanza de vida, mejorando la capacidad intelectual y física, es posible que hayamos entrado en la carrera por ser dioses y arquitectos de la vida. Esto plantea una vez más múltiples debates ético-morales:

  • Si creáramos un ser humano mejorado genéticamente, ¿estaríamos creando subespecies humanas (nuevos homos)?
  • ¿Cómo se adaptaría la sociedad a un escenario de individuos extremadamente longevos y esquivos a la muerte?
  • ¿La creación de un superhumano induciría la creación de castas?
  • ¿Podríamos inducir errores genéticos insalvables al tratar de jugar a ser Dios? Es decir, ¿podríamos cambiar nuestro genoma descartando secuencias aparentemente inútiles que con el tiempo condenaran al ser humano a su desaparición? Esto podría ya estar ocurriendo con las plantas y su modificación genética con fines comerciales con producciones mejores en su primera generación pero casi estériles en las sucesivas, que estarían desplazando a los genes de plantas autóctonas más adaptadas pero menos productivas, y que con el tiempo tenderían a desaparecer por ser desplazadas por aquellas comerciales de mejor producción.
  • ¿Está el hombre de forma artificial reemplazando la labor de la evolución de la madre naturaleza? ¿Qué consecuencias podríamos sufrir?
  • ¿Cómo gestionaremos nuestro futuro en el planeta Tierra si evolucionamos sin retroceder? ¿Cómo afectará esto al resto de especies y a la biodiversidad?

Por ddreams

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