¿A quién sigues o es que te siguen?

Hoy en día parecemos estar absolutamente mediatizados e idiotizados por las redes sociales. Lo cierto es que las redes sociales representan una gran influencia en nuestras vidas con una presencia cada vez más notable en nuestro día a día. Pero, ¿qué son las redes sociales? Porque parecemos saber lo que son, pero quizás hay más redes que creemos que no son y sí lo son. Hay algunas que nos parecen totalmente claras como por ejemplo Twitter, Instagram, Facebook, porque sabemos que en ellas no solamente podemos publicar contenidos sino que podemos interactuar con otros usuarios sobre esos mismos contenidos, opinando, visualizando, recomendando, … Pero sin embargo, existen otro tipo de redes sociales que quizás no las tenemos identificadas como tal, pero que a la postre también actuan como redes sociales, léase Whatsapp, Telegram. Y ¿por qué estas también actuan como redes sociales? Pues es bien claro, con ellas compartimos contenidos, podemos crear grupos para compartir esos contenidos, calificamos los contenidos con emojis, reenviamos esos contenidos, y generamos interacciones con otras redes en los mensajes. Es decir, no son tan sólo aplicaciones de mensajería sino que se meten y nos metemos en la vida privada de las personas, sus gustos, sus costumbres, … y hasta podemos ver cuando se conectan, a qué hora lo hicieron por última vez, si están en línea, si están escribiendo, sus estados, donde se pueden publicar en modo broadcasting fotos, videos, textos, música, … Al final, terminamos compartiendo gran cantidad de contenido que nos fluye por diferentes vías y lo redistribuimos a nuestros contactos creando una red de información que se amplifica.

Ahora me gustaría introducir un aspecto realmente interesante en la ecuación, y es la información personal que circula en estas redes. Aquí es donde reside gran parte de la problemática de las redes sociales. Una red social normalmente contiene una parte de la vida de una persona, y dependiendo del tipo de red social, estaremos manejando una porción de esa vida. Así que, si conseguimos acceder a las diferentes partes de esas redes sociales, realmente estamos teniendo una foto muy aproximada de las personas que estamos observando. Eso es lo que se considera el OSInt (Open Source Intelligence). Pero, la verdad, es que resulta bastante alienante pensar que alguien nos pueda analizar de esa forma, e incluso resulta tremendamente inquietante que cualquiera pueda acceder a nuestros detalles de vida. Hay personas que tienen una frase que a mi siempre me ha resultado estúpida, y es “yo no tengo nada que ocultar”. Y sí, es verdad, no tienes nada ocultar normalmente, porque no haces nada extraño en tu vida, pero el hecho de que alguien pueda tener todos esos datos tuyos, y manejarlos y almacenarlos generando metainformación en cuanto a clasificación y otras muchas actividades, resulta un tanto peligroso. Es el peligro de las redes sociales. Y lo mejor viene cuando son las grandes organizaciones, corporaciones e instituciones gubernamentales quienes tienen esos datos de ti mismo, y con ellos son capaces de mandarte campañas de marketing personalizadas muy ajustadas a lo que te gusta, o recabar información de tus tendencias políticas para elaborar informes, o decidir si alguien puede ser tendencioso o peligroso, etc etc etc. Pero el dilema de las redes es muy intenso, y empezamos a verlo en nuestras vidas de forma bastante patente, ya que afecta a bastantes cuestiones fundamentales como son las relaciones de amistad, las relaciones de pareja, y la honorabilidad y reputación de uno mismo en la vida. Sólo el hecho de que alguien pueda alterar alguna de esas cuestiones publicando de forma falsa algo relacionado con nuestra vida puede ser devastador, y de un efecto tremendamente poderoso, por eso el uso de esa información debe ser escrupulosamente correcto y tenemos que medir muy bien aquello que publicamos y hacemos visible.

Pero movámonos a otro punto interesante de las redes, y su forma de gestionar lo que es popular o no, es decir, lo que luego se termina traduciendo en los famosos algoritmos, que parecen algo así como unos seres mágicos, pero que no son más que programación basada en los datos de que disponemos. Lo interesante y gracioso del caso es ver como estos algoritmos, a pesar de la simpleza que puedan tener, terminan teniendo una influencia y un peso específico muy notable en las opiniones de las personas, ya que si la información relativa a un determinado tema se trata en un portal como Twitter o Instagram con más o menos relevancia, esto termina influyendo en el discurso que cualquier persona realizará sobre ese contenido, diciendo y apoyándose en la propia relevancia obtenida en esos portales, y ejerciendo una influencia realmente importante en la opinión de las personas. Pero vayamos a un caso práctico. Pensemos en ese video de Youtube que vemos porque alguien nos lo ha mandado o hemos encontrado después de buscar, donde finalmente se nos muestra un simple, muy simple selector de “Me gusta” o “No me gusta”. Eso unido a la propia categorización que se haya realizado del video, es decir, si es de música, de los años 80, etc etc. Con esa información y con otra información relativa a la frecuencia de visualización, el algoritmo elaborará un ranking de relevancia para contenidos de una categoría determinada donde el click en el “Me gusta” o “No me gusta” será un factor importante. Y digo yo, ¿por qué algo tan complejo como un contenido visual, artístico, etc se puede llegar a catalogar de una forma tan estúpidamente binaria? ¿En la vida funcionamos así, de esa forma tan binaria? No lo creo, de hecho funcionamos de una forma más cuántica, donde el valor no es 1 (me gusta) ó 0 (no me gusta), sino más bien algo más intermedio, con más matices de colores. Algo puede ser interesante y mucho, aunque no nos guste, así que catalogar las cosas de si te gustan o no, es verdaderamente ridículo. ¿Qué propondría yo? Pues más bien algo más acorde con la naturaleza del ser humano, donde se catalogue los contenidos con más finura en sus diferentes aspectos: calidad, profundidad, afinidad (nos puede gustar un contenido en su creatividad, forma, exposición, etc pero no ser nada afines a él).

Pensemos ahora en una red social de música como pueda ser Spotify, y luego pensemos en su impacto en la vida diaria de las personas. Antiguamente, en la relevancia de las canciones y de la música en general influían medios de comunicación como la radio de una forma masiva y decisiva. El número de veces que se radiaba una canción influía enormemente en la difusión de la misma y de las ventas derivadas de ello, de hecho la industria de la música pagaba porque una canción se emitiera una cantidad de veces diaria para generar tendencia. Pero hoy en día, eso ha cambiado radicalmente con las redes sociales y los servicios de música como Spotify o Deezer o cualquier otro. Ahora cualquier músico sabe que para lanzar una obra suya, lo que debe hacer es promocionarla a través de las redes sociales en primera instancia, y de una forma relámpago y coincidente para generar un efecto flash en el contenido difundido y conseguir que su contenido sea tendencia (trending topic). Y eso dentro de lo que es el mundo actual parece relativamente normal, pero el problema viene a la hora de establecer rankings, clasificaciones y dar premios a quienes se consideran los mejores artistas. Es aquí donde el mundo de los likes y no likes parecen ejercer un simplismo que deja sin palabras. Se determina que una canción es la mejor sólo porque es la más oida. Y podríamos pensar que tiene sentido, pero ¿tiene sentido o hay trampa? Pensemos en ello … ¿Qué hace un artista sabiendo que si su canción es más escuchada, será la considerada mejor canción? Pues la respuesta es bien fácil, generar una avalancha social a través de Twitter, Instagram, TikTok, Youtube, … que informe de la canción y apunte hacia ella. Esto inmediatamente generará una avalancha a su vez de gente escuchando esa canción en los servicios de música, y por tanto el número de escuchas aumentará, pero no de una forma natural sino más bien muy antinatural. Y si hiciéramos ese ranking atendiendo a ello, que es como se hace, conseguiríamos una visión muy distorsionada de lo que es la mejor canción. Pero … hagamos entonces una cosa distinta … en vez de considerar el número de veces que se escucha una canción, consideremos el número de veces que desde esa plataforma musical se comparte o incluso el número de veces que se guarda esa canción en una playlist o el número de veces que la escucha un usuario por segunda vez. Inmediatamente, el efecto que se produce después de eso está claro, y es que dejan de tener ese efecto tan devastador todos esos impulsores de las redes sociales, para ser los usuarios en su decisión de querer compartir, guardar la canción, etc los verdaderos decisores de si la obra es buena, y al final los usuarios son los que tienen el poder en los gustos. Básicamente, lo que ocurre es que se minimiza el efecto simplista de la concepción binaria del like y not like. Por eso, actualmente muchas veces se ve gran discordancia entre aquello que es buena música y la música y los artistas que copan las listas de los mejores.

Volvamos pues a la idea tan simplista que rodea nuestra sociedad, a través de la cual catalogamos todos los contenidos con un like (1) y dislike (0) – léase lo intencionadamente binario de la codificación del me gusta y no me gusta -. ¿Cómo es posible que hayamos caido en la catalogación más pobre y simple que representa un código binario? ¿La opinión que tenemos sobre algo es tan binaria? Sospecho que no, e incluso casi diría que aseguro que no, ya que si hacemos un muestreo de personas opinando sobre un tema, un objeto o una persona, nunca vamos a obtener una respuesta simple ante su opinión. Deberíamos, como ya hemos apuntado antes, subdividir el problema en subcategorías, e incluso debemos graduar la respuesta estableciendo un rango entre 0 y 10, entre 0 y 5, cómo se hace las encuestas de opinión en la satisfacción de usuario, que utilizan las empresas actualmente, léase el NPS utilizado como puntuación de satisfacción de usuario. E incluso ya se argumenta y critica que esa puntuación es demasiado poco precisa para obtener buen feedback de lo que opina un usuario de nuestros servicios.

En definitiva, ¿por qué no se hace una revisión de toda esa simplificación que sólo beneficia quizá a ciertas organizaciones que ven muy fácil y sencillo catalogar cualquier cosa de una forma tan bipolar? ¿No sería más justo catalogar el mundo en su preciosa complejidad y estableciendo ciertos límites de complejidad? ¿No crearía esto un mundo más rico en matices en los contenidos? ¿Por qué nos sometemos a la simplicidad más absoluta en sistemas reales que son complejos en matices y colores? ¿No deberíamos abogar por la complejidad (al menos un poco mayor) para dar respuesta a nuestros estímulos?

Esto no es más que una crítica constructiva de lo que estamos creando como sociedad, y como nos influye, y si realmente queremos algo así en nuestras vidas. Cada vez hay más gente que cuestiona todo y habla de apartarse de las redes sociales que nos esclavizan, manteniéndonos permanentemente conectados y alienados, pero también veo a mucha juventud y otros no tan jóvenes, atrapados en los contenidos de las redes, que no levantan cabeza de los móviles, y donde todo su mundo está en esos mundos virtuales, dejando de lado las interacciones sociales directas que sustituyan a esas redes. La solución es difícil pero no nos puede dejar indiferentes ya que nos afecta directamente a nuestras vidas y a la calidad de las mismas.

Por ddreams

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