Perder algo es siempre doloroso, algo que nos deja un vacío, más o menos grande, pero al fin y al cabo un vacío. Algo que no conseguimos rellenar con nada, y donde tenemos que acostumbrarnos a seguir viendo aquello con ese vacío que deja esa pieza que hacía que todo tuviera una plenitud y una integridad total. Y sin embargo, tenemos que acostumbrarnos a seguir viendo en adelante aquello en un estado de imperfección permanente. Hemos perdido y lo sabemos, y lo seguiremos sabiendo siempre, porque aquello nos lo recuerda constantemente y de forma impenitente. Ahí es donde comienza nuestro aprendizaje, ese camino permanente y diario de acostumbrarse a ver aquello en ese estado imperfecto e inacabado, porque la vida está llena de imperfecciones y de momentos y cosas inacabadas y maltrechas.
Todos hemos perdido algo alguna vez, quizás fue algún recuerdo que alguien muy querido nos regaló, y que extraviamos de forma inaudita. Quizás fué algún amor que tuvimos y que perdimos por el camino, porque no sólo se pierden objetos, y lo que más nos duele en las pérdidas reside en la parte sentimental y en todo aquello que representó algo simbólico y transcendental en nuestras vidas. Cuando se habla de perder algo es porque lo que perdimos tenía gran relevancia para nosotros y de alguna forma nos influía o había influido en nuestras vidas, de lo contrario ni siquiera nos importa perder algo que no llega a tener valor para nosotros. Y ese “perder algo” tiene un sentimiento siempre que le acompaña, una buena valoración de algo que creíamos importante, por el motivo que fuera, podía ser por su carácter único, o bien por su belleza, o por su rareza, o por cuanto se complementaba con nuestra forma de entender la vida, o por su autenticidad y brillo. Y aquí, como todos podemos imaginar, no sólo hablamos de objetos inertes o cosas, sino que perder algo también puede ser “perder a alguien”. Y perder a alguien es algo que verdaderamente nos cambia en lo más profundo de nuestro corazón, porque sentimos que nos deja un hueco que no podemos ni queremos sustituir, un sitio que sólo se reserva a ese alguien, que lo rellanaba de una forma tan especial.
Siempre se habla de ganar … ganar, ganar y ganar, como si ganar fuera lo más importante, y nunca debemos olvidar que para ganar siempre hay que perder. Nunca se gana sin haber perdido, porque nunca se aprecia tanto una victoria sin haber sufrido una derrota o una pérdida. Los mejores competidores saben perfectamente lo que es la derrota y cuanto duele en ese alma competitiva. Es ese ego maltrecho, esa soberbia venida a menos y aplastada por el rival, ese camino tortuoso por el sendero de la derrota, sendero que debemos transitar para volver a ganar. Sí, es así, ganar es literalmente el fruto de aprender a perder. Y ese aprendizaje a veces nos transforma, nos hace desprendernos de una parte de nosotros mismos, o nos hace crecer internamente hasta cotas que jamás hubiésemos imaginado que llegaríamos, pero que a través de la pérdida y la derrota nos elevan esa motivación necesaria para volver a brillar y hacernos mejores.
Todo atleta, todo competidor de cualquier disciplina sabe perfectamente que para llegar arriba y ganar han tenido que perder, y no una vez sino varias o incluso muchas. Perder tiene una connotación muy negativa, pero si sabemos manejar ese sentimiento negativo que nos produce, conseguiremos encontrar la motivación y fuerzas necesarias para mejorar los puntos débiles y fortalecer nuestras fortalezas, preparándonos para una nueva batalla, que una vez más no sabremos si ganaremos. Porque ganar o perder depende de nosotros mismos, nuestras capacidades y dedicación a obtener aquello que queremos. Por lo que, puede que volvamos a perder a pesar de habernos preparado duramente, pero aprender a perder nos hará volver al camino de la disciplina, del entrenamiento, la formación y todo cuanto necesitemos para llegar a ganar.
Todos los grandes equipos de la historia o grandes organizaciones, pasaron por momentos difíciles, por momentos de duda, de estrés emocional, donde perdieron, pero todos sin excepción aprendieron de las derrotas, y plantaron dura batalla después de prepararse ante la derrota.
Pero, y si lo que perdemos no es un partido o dinero, sino que lo que perdemos a alguien que era fundamental en nuestras vidas. Ahí siempre se sufre una verdadera metamorfosis personal y el tránsito por lugares que uno desconocía de sí mismo. Son momentos donde una persona debe asumir la pérdida, debe acostumbrarse a no poder volver a disponer de esa persona a quien amaba. Y eso no es nada fácil, nada, y nos causa verdaderos encontronazos con la realidad, y nuestra mente crea caminos alternativos, trata de sanar buscando nuevas formas de entender esa pérdida. La muerte de un ser querido en circunstancias no esperadas siempre da como resultado un varapalo emocional de grandes dimensiones. Perder a un padre en época temprana de la vida, o a un hijo en su juventud, suelen ser momentos de gran tensión emocional, donde debemos acostumbrarnos a que esa persona deje de ocupar ese lugar tan ilustre que ocupaba en nuestra vida. Aquí aprender a perder se convierte en un verdadero desafío emocional, que incluso muchas veces no puede realizarse en soledad, y debemos recurrir a otros que nos brinden apoyo emocional que nos permita ver la realidad con otros colores y otros matices, y encontrar esa puerta de salida a ese laberinto emocional del que no conseguimos salir. Pero también puede suceder que experimentemos pérdidas en forma de desencuentros con aquellas personas que amábamos. Esto es algo que también nos trastorna profundamente, porque si bien la muerte de un ser querido es algo que no permite una vuelta atrás, sin embargo la pérdida de un amor es algo que en nuestro interior no se percibe igual, y sobre todo de quien lo pierde, es decir, de aquel que es rechazado y por tanto es quien tiene sentimiento de pérdida. Intentamos buscar excusas para prolongar nuestra relación con esa persona, e incluso generamos mecanismos de autoengaño para negar lo evidente, que sencillamente es que esa persona ya no nos quiere o no nos quiere igual o como nos debería querer. Aquí aprender a perder también se convierte en un verdadero arte de la emoción, donde debemos día a día, semana a semana, mes a mes, ir cambiando nuestras emociones y encontrando el camino para sustituir o ignorar esa pérdida tan dolorosa. Y no es fácil tampoco, porque el desamor puede ser tan doloroso como gratificante el amor, y el trabajo que exige desprogramarse de un gran amor es verdaderamente prodigioso.
Nunca me ha gustado perder, como creo que a nadie le gusta, pero es parte de la vida, y aprender también es una parte fundamental de la vida, porque es un mecanismo de supervivencia básico para superar cualquier obstáculo de conocimiento y de autoconocimiento. Así que, juntar estos dos conceptos me parecía tan necesario como lo es para superar cualquier fase de nuestra vida. No debe darnos miedo perder, lo cual no significa que debamos acostumbrarnos sin plantarle cara a la batalla, al final perder y aprender a perder será nuestro verdadero leif motiv en nuestras vidas, porque eso significará que habremos luchado y competido en este mundo tan maravilloso como difícil.